Más allá de los cristales y paredes que delimitan el hogar de los animales en un zoológico, hay una decena de especialistas como etólogos, nutriólogos, biólogos, médicos, patólogos y genetistas que trabajan desde su trinchera científica por el bienestar animal bajo cuidado humano.

La transformación del Zoológico de Chapultepec, que recientemente cumplió 94 años de existencia, no sólo ha incluido una remodelación bioclimática en los años 90, sino también una “apertura a incorporar nuevas técnicas de cuidado que se han propiciado a partir de investigaciones académicas y científicas”, asegura Claudia Lewy, directora general de Zoológicos y Vida Silvestre de la CDMX (DGZVS).

De 2007 a 2012, en la pasada administración de este recinto, se realizaron 83 proyectos de investigación en los zoológicos de la CDMX. Albergó a investigadores de doctorado, maestría y licenciatura tanto de universidades públicas como privadas. Más de la mitad de las investigaciones estuvieron enfocadas al comportamiento animal y las especies más estudiadas fueron el teporingo (Romerolagus diazi), el mono araña (Ateles geoffroyi) y el lobo mexicano (Canis lupus baileyi) Durante la administración de Lewy, han recibido de 10 a 15 investigadores por año, comenta.

“Los zoológicos deben considerarse como instituciones científicas por la generación de conocimiento que aportan sobre la fauna silvestre, además una de sus grandes responsabilidades es la preservación genética de las especies”, explica Elianne Ángeles Soto, médica veterinaria de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM.

A pesar de que estos animales viven en cautiverio, uno de los objetivos de estos recintos es facilitar al ejemplar un ambiente donde pueda desplegar su comportamiento natural. Para ello, la etología, ciencia que estudia el comportamiento animal, es clave para generar herramientas que puedan “estimular emociones positivas: el juego, el placer, las conductas maternales o afiliativas con sus congéneres, y así recrear una atmósfera de bienestar”, afirma la directora.

De acuerdo con los etólogos, una técnica para desarrollar estos comportamientos naturales es con el Enriquecimiento Ambiental (EA), un proceso en el cual se incrementa la complejidad del ambiente en el que vive un animal con el objetivo de estimularlo para que desarrolle conductas propias de su especie.

Desde 2016, la red de Zoológicos y Vida Silvestre de la CDMX se incorporó a Zoological Information Management System (ZIMS), una plataforma internacional, en la que también participan instituciones académicas, donde comparten los últimos avances en investigación para la gestión y conservación animal. Además, la aplicación se ha convertido en un banco de información clínica de más de 22 mil especies.

“Hace unos años aún había una barrera entre las instituciones; investigadores chinos venían de visita a Chapultepec para estudiar a nuestros pandas y eran totalmente herméticos al compartir algún dato. Ahora, es una comunidad científica muy cooperativa, la filosofía de los zoológicos está encaminada a la conservación, esa es la parte fundamental de todas las instituciones zoológicas, y a todos nos mueve el mismo objetivo”, asegura Lewy.

Algunas técnicas de EA que se han compartido en ZIMS ya emplean tecnología como el uso de iPads para incentivar actividades lúdicas entre orangutanes o estimular conductas reproductivas entre los anfibios, específicamente en las ranas, mediante la reproducción de ciertos sonidos. Sin embargo, Chapultepec no tiene el presupuesto para implementar estas dinámicas.
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“En la ciencia también hay que ser creativos, imaginar alternativas a partir del conocimiento que se tiene sobre la especie y del uso de herramientas básicas o naturales”, señala la directora. Relata que unas de las actividades que realizan en los albergues de felinos es ocultar orina de un herbívoro o colocar un hielo con un poco de sangre para estimular sus sentidos olfativos. Recalca que hay dinámicas para todas las especies, desde las más pequeñas como aves o monos tití, hasta para los más grandes como las jirafas a las cuáles estimulan a través del ‘ramoneo’, al colocar alimentos elevados en árboles para que ellas mismas hagan actividades que harían fuera de cautiverio.

“El uso de iPads o tabletas en algunos ejemplares podría ser una buena herramienta de impacto pero no hay que olvidar que los animales deben desarrollar su destreza natural, ejercitar sus músculos”, indica Soto.

En estas instituciones es indispensable valorar continuamente el nivel de bienestar de los animales. La edad fisiológica y el estado de salud del ejemplar son parámetros en esta evaluación. También se puede determinar esta escala por medio de muestras de cortisol, una hormona producida por la glándula suprarrenal que se libera como respuesta del estrés y que se puede extraer del excremento de los animales.

“El estrés y la imposibilidad de llevar a cabo algunas conductas en cada ejemplar contribuyen al desarrollo de estereotipias (comportamientos que se repiten de manera cíclica sin un fin determinado). Si hay una evaluación etológica constante se pueden erradicar al identificar cuáles actividades de enriquecimiento ambiental no están funcionando y sustituirlas”, dice la médica veterinaria.

Nuevos horizontes. En 2014, nacieron dos lobos mexicanos producto de inseminación artificial. Un paso importante para preservar esta especie endémica que se encuentra en peligro de extinción. El proceso se realizó gracias a un programa binacional entre Estados Unidos y México para el rescate de esta especie. La reproducción artificial se efectuó en dos etapas: la primera con semen fresco y la otra con inseminación transcervical de semen congelado.

“Los perros han servido como base de la investigación, se conoce su ciclo estral y la aplicación de inseminación artificial en ellos es bastante exitosa. Aunque ya se ha estudiado al lobo, es un logro histórico en el uso de esta tecnología”, comenta Carlos Gustavo Vásquez, Jefe del Departamento de Genética y Bioestadística de la UNAM.

La DGVZ junto al Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal inauguraron en 2010 el Laboratorio de Genómica de Conservación y Biobanco de Tejidos y Germoplasma, que cuenta con tres laboratorios modulares, un cuarto oscuro y espacio para el biobanco de tejidos. Sus primeras líneas de investigación fueron: “Estudios sobre la consanguinidad del conejo de los volcanes (Romerolagus diazi)”, “Detección y estimación de la hibridación del ajolote de Xochimilco (Ambystoma mexicanum)” y “Sexado de aves monomórficas”, esta última con avances en la estandarización de las técnicas de biología molecular.

Para las autoridades fue importante dar prioridad, en la obtención de muestras de germoplasma, a especies en peligro de extinción y aún más a las endémicas del país como el jaguar, lobo mexicano, cóndor de California, teporingo, águila real, ajolote y el saraguato de manto. Las muestras se conservan en tanques de nitrógeno líquido, que están a -196 grados Celsius, describe Lewy.

“La responsabilidad de los zoológicos es la recreación, investigación y conservación; los bancos de germoplasma refuerzan este último aspecto pero hay un factor a considerar: los tamaños de población en los zoológicos son muy pequeños esta circunstancia puede aumentar la consanguinidad”, afirma el jefe del Departamento de Genética.

La directora reconoce que hay un vacío de información para realizar fecundación in vitro en algunas especies que sólo la investigación científica podrá cubrir. A pesar de ello, en este laboratorio ya se efectúa la obtención de semen por la técnica de electroeyaculación, la recuperación y criopreservación de germoplasma (ovocitos y espermatozoides) y la aplicación de citologías del aparato reproductor.

“Tampoco podemos reproducir por reproducir, como científicos debemos de ser muy responsables en la selección y en la variabilidad genética. Ser muy cuidadosos de no producir aberraciones genéticas que a la postre nos cobren factura”, asegura Claudia Lewy.

Al realizar los programas de cruzamiento entre las especies, comenta el doctor Vásquez, se debe identificar sí algunos animales son portadores de genes no deseables, además de verificar que los cruzamientos entre estos individuos sean lo menos emparentados posible.

“Es importante fomentar las investigaciones in situ, en el área de distribución de los animales, porque de poco sirve tener un programa de conservación en los zoológicos sí no cuidamos su ecosistema, tiene que ser a la par, para que en algún momento se puedan reintroducir como ocurrió con el cóndor da California y es lo que se espera del teporingo y el ajolote”, concluye la directora.

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