El presidente Andrés Manuel López Obrador no se explica sin Alfonso Romo, su enlace con los empresarios. Se conocieron en 2011, en una comida en el departamento del tabasqueño y desde entonces trabajan juntos. Romo es su principal asesor económico. Le ayudó a elaborar su Proyecto de Nación y su propuesta económica. Actualmente, desde la oficina de la Presidencia, coordina al gabinete y es el interlocutor con la iniciativa privada.

Romo y López Obrador son como yin y yang: dos energías opuestas que se necesitan y se complementan; la existencia de uno depende de la existencia del otro. A muchos les cuesta trabajo creer la cercanía del empresario regiomontano –por adopción– y el político tabasqueño. Romo tiene mucho de lo que AMLO dice no querer: es un neoliberal y uno de sus mejores amigos es uno de los principales impulsores de esa corriente económica en México: Pedro Aspe Armella, el ex secretario de Hacienda que fue presidente de su casa de bolsa, Vector.

Romo es el empresario del año no porque sus compañías hayan tenido un gran desempeño durante 2018, sino por su rol clave de intermediador entre AMLO y la IP. El fundador de Morena ha tenido una relación complicada con los empresarios, a quienes ha calificado de ‘minoría rapaz’. Los ha acusado de tener ‘secuestrado al gobierno’ y a algunos de ellos los ha situado, desde hace muchos años, dentro de lo que considera la ‘mafia del poder’.

Durante la campaña, las escaramuzas entre la IP y López Obrador fueron múltiples. Romo tuvo la difícil tarea de salir a dar la cara y emprender, varias veces, la operación cicatriz con los hombres de negocios. Fue él quien organizó las reuniones con el Consejo Mexicano de Negocios, el Grupo Monterrey, y junto con Carlos Urzúahizo un road show para tranquilizar a los fondos de inversión, las calificadoras y los bancos sobre los planes económicos de López Obrador.

Romo se lleva bien con la mayoría de los grandes empresarios de país, incluso con los del Grupo de los 10 de Monterrey, con quienes tuvo problemas en el pasado. Carlos Slim sigue siendo su amigo, aunque no se reúne con él frecuentemente. “Yo al ingeniero lo respeto. Competí con él en el negocio de cigarros, seguros y empaques, y fuimos, como somos ahora, amigables competidores”, dice Romo.

El presidente del Grupo Plenus, que agrupa empresas en sectores de agrobiotecnología, biología sintética, educación y bienes raíces, fue integrante del Consejo Mexicano de Negocios y muy cercano al Grupo Monterrey. No es un empresario tradicional y no todas sus apuestas en los negocios han sido exitosas. Una de ellas, cuando trabajaba en FEMSA, lo enemistó con algunos multimillonarios regiomontanos. Ahora tiene la tarea consolidar a una renovada cúpula empresarial —en lo ideológico, aunque el objetivo del nuevo gobierno también es crear nuevos liderazgos—, empezando por el recién creado Consejo Asesor Empresarial, donde figuran Bernardo GómezRicardo Salinas PliegoOlegario Vázquez Aldir y Carlos Hank González.

Romo ha ido de reunión en reunión con los grandes empresarios de México prometiendo estabilidad económica y condiciones favorables para hacer negocios, aunque la incontinencia verbal de AMLO lo ha dejado en ridículo más de una vez. La cancelación del aeropuerto de Texcoco fue una primera prueba de fuego para saber cuánta injerencia tiene Romo en el presidente. Vienen más con las regulaciones a sectores como el financiero, minero y petrolero.

El gran mérito de Romo es que, a pesar de los desencuentros e ideologías distintas, logró unir a los empresarios con Andrés Manuel López Obrador. Los mercados y los hombres de negocios lo ven como una buena señal, porque es un moderado. El presidente lo sabe, y por eso le dio un puesto estratégico en el gabinete.

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