En estos cinco meses de transición, que ya parecen un sexenio a escala, crece una incógnita: cómo y con quién gobernará Andrés Manuel ya como presidente de la República.

Y es que las señales son encontradísimas tanto en el gabinete como en el Congreso: los hay acusados de crímenes horrendos, de secuestros, de fraudes, de grandes actos de corrupción; junto a ellos, entrañables luchadores sociales, prestigiosísimos académicos, viejos y nuevos militantes de izquierda, empresarios retrógrados lo mismo que progresistas; en suma, un abigarrado, heterogéneo y ya muy abundante equipo prácticamente en funciones con una mezcla tal de orígenes y trayectorias que hacen imposible cualquier pronóstico. Porque hasta ahora lo único que tienen en común es girar en torno a la figura carismática del hombre que arrasó el primero de julio como ni él mismo pensó que lo haría.

Tan solo en los días recientes, son varios los casos que ilustran los contrastes:

—Quien a partir de hoy ya es formalmente presidente electo de México, visita una gran planta productora de semillas que casualmente es propiedad de Alfonso Romo, al que ha anticipado como jefe de gabinete. En paralelo, anuncia que sembrará millones de árboles; en automático se dispara en las redes el cuestionamiento obligado sobre conflicto de intereses; la respuesta de Romo ha sido que cuál conflicto, que todavía ni lo nombran. Pero qué tal que sí, ¿perderemos un jefe de la Oficina Presidencial y ganaremos un proveedor de semillas?

—Siempre he creído, y lo dije públicamente, que René Bejarano fue un evidentísimo culpable de aquel acto icónico e inolvidable de corrupción; pero a la vez fue víctima de un horrendo entramado mediático que, calculado milimétricamente y minuto a minuto, lo exhibió, juzgó y condenó sin piedad frente a la opinión pública, destrozándole la vida sin posibilidad alguna de defensa.

Pero encargarle el control de los llamados virreyes o super delegados federales en todo el país parece desproporcionado. En todo caso suena a un “así será, porque lo decido yo y háganle como quieran”.

—No es la primera vez que los veo abrazarse. Recuerdo uno muy cálido en el recorrido previo a la inauguración de los segundos pisos en vehículo descubierto. Y creo que el nuevo abrazo refrenda la empatía natural entre ambos. Hablo por supuesto del desayuno con los ingenieros y el ingeniero. Donde AMLO le expresó “un gran reconocimiento a Carlos Slim, quien con esfuerzo, imaginación y talento es un ejemplo en el mundo”.

Por eso lo del diagnóstico sobre el NAICM se me hace poco. Los dos debieran comprometerse ya a grandes proyectos de origen.

—En su momento coincidí en que el anuncio de José Antonio Meade reconociendo el triunfo de López Obrador apenas a las ocho de la noche del 1º de julio había sido mucho más que un bello gesto. Porque seguramente condicionó en fondo y forma a los posteriores de Lorenzo Córdova del INE, y Enrique Peña Nieto desde la Presidencia. Pero sobre todo contribuyó notablemente a establecer un clima de civilidad y confianza que difícilmente vamos a terminar de agradecerle todos los mexicanos. Para muestra, los mercados y el tipo de cambio del día siguiente.

Por eso sería deseable que el nuevo presidente —además de invitarlo a desayunar— reconociera en él no solo a un hombre bueno y honorable sino a un colaborador formidable y talentoso.

Periodista.

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