Es muy fácil encontrar elementos para defender el argumento de que el sexenio de Enrique Peña Nieto fue uno en que “nunca entendieron que no entendieron”. Incluso hasta el último momento, cuando decidieron darle la condecoración del Águila Azteca al yerno y asesor de Donald Trump, Jared Kushner, no entendieron. Jamás conectaron, ni quisieron hacerlo. Es prematuro todavía saber cómo será el sexenio de Andrés Manuel López Obrador. De entrada, se podrá decir lo que sea, pero de que conecta con la opinión pública, conecta. Si algunos apostaban a ver a López Obrador debilitado después del largo periodo de transición la evidencia muestra que, por el contrario, el presidente tiene el apoyo ciudadano en la gran mayoría de los temas que le importan (salvo el asunto del combate a la corrupción, en donde a la opinión pública parece no gustarle el asunto de “borrón y cuenta nueva”). En fin, que el presidente llega a su segunda semana de gobierno con una aprobación envidiable.

Andrés Manuel López Obrador entiende bien el sentir popular y aprovecha ese apoyo desde el Ejecutivo y el Legislativo para avanzar la agenda de la llamada Cuarta Transformación. El asunto es que, al hacerlo, ha puesto en riesgo algunos de los objetivos que él mismo se ha planteado. La contradicción entre objetivos y posibles resultados de algunas de sus políticas se puede observar con más claridad en algunos temas. Más aún, el en el trasfondo de algunas de sus decisiones se puede observar también el desprecio que López Obrador y algunos de sus más cercanos colaboradores, sienten por ciertos sectores de la sociedad civil organizada o por expertos que por años han trabajado ciertos temas. Entiende y conoce la evidencia, pero no le importa.

Veamos, por ejemplo, el caso de las modificaciones que desde el Senado se hicieron al artículo 19 constitucional mediante las cuales aumentó el catálogo de delitos que merecerán la prisión preventiva oficiosa. Hace años, desde la sociedad civil se ha documentado plenamente que más personas acusadas dentro de las cárceles no implica más seguridad o menos víctimas afuera. Es decir: no resuelve lo que promete. Por el contrario, termina afectando desproporcionadamente a las personas humildes que no cuentan con los recursos para acceder a una buena defensa legal. Así pues, si la estrategia es reducir los niveles de impunidad y reducir la incidencia delictiva, el camino elegido es el equivocado.

Otros temas en los que López Obrador ha decidido ignorar el conocimiento colectivo de organizaciones y académicos van desde la reforma educativa —cuya cancelación absoluta, dicen los que saben, no hace sentido—, pasando por la desaparición de herramientas efectivas para la promoción turística del país o la apuesta a la construcción de nuevas refinerías cuando el mundo está yendo hacia la inversión y el desarrollo de energías provenientes de fuentes sustentables.

Mención aparte merece lo que López Obrador decidió hacer de su estrategia para pacificar al país con la creación de una Guardia Nacional compuesta fundamentalmente por miembros de las Fuerzas Armadas, estrategia cuyo diseño ha sido duramente criticado por organizaciones y expertos nacionales e internacionales, no solo por ineficaz, sino también por peligrosa.

Es temprano, tempranísimo, para saber qué definirá al sexenio de López Obrador. Ojalá que no sea el desdén dogmático de todo lo que venga de expertos u organizaciones que considere “no afines” a su proyecto. Ojalá sepa escuchar y analizar la evidencia que existe sobre ciertos temas y que su administración no sea una que “no entiende, aunque entienda”. Todavía hay tiempo para rectificar en asuntos que verdaderamente importan.

 

Twitter: @anafvega

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