Cuando un presidente electo, máxime uno con el poder que tiene Andrés Manuel López Obrador, declara, venial y abstruso, que el país se encuentra en bancarrota y que, en consecuencia, será imposible cumplir todos sus compromisos de campaña, algo debería estallar en los mercados y su confianza en México, pero no.

Afortunadamente, incluso para AMLO, hoy día los indicadores financieros son extremadamente públicos, tan transparentes como el régimen global neoliberal lo exige para subsistir.

Así, podemos darnos cuenta que México es la quinceava económica global basándonos en su PIB, que existen 28 países más endeudados per cápita en el mundo, incluidos, por ejemplo, China, Suiza, Noruega o Finlandia, que ocupamos el nivel 72 de 196 naciones en cuanto al ingreso por mexicano, que tenemos un salario pobre pero una alta tasa de empleo, un promedio de baja calidad de vida respecto a los mejores países, pero muy alto en comparación con los peores.

Gracias a la transparencia que demandan los tecnócratas universales para fines de competitividad, sabemos que si nuestro objetivo consiste en elevar la calidad de vida de los mexicanos entonces la ruta deberá pasar, forzosamente, sí o sí, por una mejor distribución de la riqueza y el camino para lograrlo, bajo el capitalismo al menos, es complejo y delicado.

Generar confianza es básico para empezar, no ayuda nada que el próximo presidente declare ante comunidades marginadas que el país está en bancarrota porque ni estamos hundidos ni con falta de recursos para operar. No, ni aunque lo decrete Andrés Manuel. México dista mucho de ser un país quebrado y, por desgracia, tampoco es país que tenga recursos suficientes para repartir becas y pensiones a manos llenas, cancelar proyectos estructurales o invertir miles de millones en energías del pasado. No, México no tiene la cartera tan ancha para que le alcance ser populista.

Quizá el presidente electo no ha medido aún el peso que tienen sus palabras, podrá ser un hombre del pueblo (sea lo que sea que eso signifique) pero hoy es quien llevará la representación de más de 120 millones de mexicanos. Si quiere ser tomado en serio debe cuidar, en extremo, sus declaraciones.

Andrés Manuel está comenzando a ser ignorado en diversas cuestiones y sectores fundamentales para poder hacer realidad sus promesas de campaña.

En Nayarit, su declaración de un país en bancarrota ha causado más bien gracia entre los mercados, también erró o exageró cuando habló de una falta de crecimiento económico durante los últimos 30 años.

En Ocoyoacac, su declaración de una Rosario Robles “chivo expiatorio”, que recordó cuando hace más de un año llamó igual a Javier Duarte, seguramente encendió simpatías entre corruptos del sector público y privado, que ya piensan que da igual lo que diga el presidente mientras se llegue a acuerdos por debajo de la mesa.

Si las palabras de AMLO quieren tener fuerza, debe empezar a racionarlas.

DE COLOFÓN.— Si va en serio esa promesa de la próxima jefa de gobierno sobre acabar con la violencia en la CDMX, deberían empezar por la detención de “ya saben quién” en la fuerza policial de investigación.

@LuisCardenasMX

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