En atmósferas distantes y pisadas alejadas, este fin de semana surgieron dos pares de coincidencias en el futbol. Con ojos de agradecimiento y plena gratitud, rodeados de cariño en pleno escenario delirado, se apartan con abatida lentitud los nombres de dos futbolistas que algún día coincidieron en el juego del destino: Rafael Márquez y Andrés Iniesta.

No habrá comparaciones entre ellos ni palabras que lo intenten, pues el simple hecho de imaginarlo descartaría el sentido común de la persona que escribe en estas líneas. Es por eso que intentaré cortejar el vívido legado de cada uno por separado, con el vino en la copa y la cerveza en el tarro.

Mentiría al decir que nunca dudé sobre el comportamiento deportivo de Márquez en situaciones indispensables, sobre todo en selección. Francamente me parecieron extrañas algunas decisiones que tomó cuando sus equipos más lo necesitaban. La expulsión en Corea-Japón ante los Estados Unidos, contra Argentina en Confederaciones y claro, aquella mano insensata frente a Portugal.

Dos sensibles coincidencias
Dos sensibles coincidencias

Sin embargo, a pesar de sus conductas deshilachadas, su carrera fue la que el de Zamora imaginó desde el primer instante que calzó los tachones en la cantera rojinegra. Una incansable lucha que lo condujo hasta el aplauso perpetuo del viejo continente. Tanto así que se convirtió en uno de los estandartes del F.C. Barcelona para muchos niños y jóvenes, entre los cuales se encontraba uno de apenas 16 años llamado Lionel, que en su momento confesó no creer que jugaba al lado del mexicano –uno de los pocos elegidos que podrán contar a sus nietos esa memoria que raya en la ficción–.

Y fue justo allí, en la Ciudad Condal, donde Rafa coincidiría con el otro protagonista de esta ocasión, el manchego que tatuó su apellido en las narraciones más simbólicas del futbol español, un “cerebro” que pronto dejará la usanza blaugrana para despedir su carrera en otra parte del mundo.

Tarde o temprano les pasa a todos. El anuncio de un adiós lo condiciona el tiempo y tal vez el de Andrés sea pronto, así como el de Márquez. Sus lágrimas emotivas resumieron al hombre que ha recompuesto tempestades en pasajes inolvidables, el amo de una diestra productora de las sensaciones más robustas en España.

Cabe la pena recordar esos espectros de gol que se encapsulan en el recuerdo de muchos: el primero, que encaminó al Barça a conseguir el sextete del 2009, nació en Londres a instantes de que concluyera la eliminatoria en Champions. Un tiro impecable, ejecutado en tiempo añadido, anticipó el encanto que el mismo Guardiola tuvo con aquella carrera hacia el córner  donde Iniesta ya celebraba.

Dos sensibles coincidencias
Dos sensibles coincidencias

El segundo de los recuerdos será por mucho el mejor. Con cierta similitud que el anterior, el juego casi finalizaba y los penales en Johannesburgo estaban a la vuelta de la esquina. Solo cinco minutos separaban al partido del desenlace más inseguro que pueda existir. No obstante, el futbol total lo tendría que sellar uno de sus mejores estudiantes.

Dos toques le bastaron para poner su nombre en la historia de las Copas del Mundo. Controló y, como si no hubiera un alma en el estadio, miró fijamente el balón mientras giraba lentamente. Eran anécdotas fugaces las que se proyectaban en el esférico, unas que lo impulsaron, milésima a milésima, a recordar los motivos que lo habían llevado hasta allí.

Algunos dicen que él chutó, pero yo creo que el balón también sabe rendir cuentas a quien lo trata bien. Cual flor a su riego.

El resto de la historia ya la conocemos.

Dos hombres audaces que han superado las expectativas que se tenían sobre ellos. Que como humanos se han equivocado varias veces, pero su determinación, humildad deportiva y valores personales los han llevado a un peldaño exclusivo que sostiene, entre otros futbolistas de época, a un “Káiser” y a un “Caballero Pálido”.

En fin, esto es futbol y con toda seguridad los recuerdos y pasajes no acabarán, y más si se habla de dos capitanes que han administrado sus posibilidades futbolísticas de la forma en la que ellos lo han hecho. Cada uno con sus propiedades, en su debida posición en el campo y con su respectivo carácter. Siempre orgullosos de su playera y de la gente que representaban.

Dos legítimas insignias que algún día se fundieron en la misma gloria, astros que brillaron en el mismo cielo y que ahora han anticipado su despedida. Dos cometas con recorrido y estela inalterable. Dos sensibles coincidencias.

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