El último horror del sexenio pasado, y de algún modo, el primero al que se va a enfrentar el gobierno entrante, comenzó horas antes de la toma posesión de Andrés Manuel López Obrador.

A unas horas de su ingreso al penal de Nuevo Laredo, Tamaulipas, fue asesinado a cuchilladas el líder del grupo criminal conocido como Zetas Vieja Escuela: Luis Enrique Reyes, alias el Z-12 o El Rex.

Las autoridades penitenciarias informaron que habían escuchado gritos en el área de observación. Hallaron el cuerpo de Reyes cosido a puñaladas. Los agresores habían empleado un arma blanca de factura rudimentaria.

El Rex se hallaba al frente de una fracción de los Zetas que le disputa al Cártel de Noreste, CDN, el control del tráfico de drogas en Monterrey, Nuevo Laredo y Ciudad Victoria. Luego de pasar un tiempo recluido en un penal de Oaxaca, se le envió a una cárcel que controla el CDN. La lucha entre ambos grupos dejó 30 muertos en los últimos días de noviembre: dos semanas de “levantones” y ejecuciones.

Se informó más tarde que el cadáver del Z-12 se lo habían robado a tiros de la funeraria, ubicada en el centro de Nuevo Laredo. El ataque dejó dos muertos.

En los días siguientes, “como en los peores años del narcoterror” —informó un diario local—, comenzaron a aparecer, a las afueras de los penales de Topo Chico, Apodaca y Cadereyta, hieleras que contenían restos humanos.

Los restos descuartizados del Z-12.

 

El torso y una pierna aparecieron en Apodaca. Los brazos y la pierna faltante fueron enviados a Cadereyta y Topo Chico. En Ciudad Victoria fue encontrada la cabeza. En todos los casos, las “fuerzas especiales del CDN” habían dejado narcomantas: “Sigue la limpia… aquí está su patrón Vieja Escuela. Imagínense qué les espera a ustedes cuando salgan”.

A la cabeza del Z-12 le habían pintado los labios de rojo, le habían puesto “una especie de moño de los que se les ponen a los bebés”. Las autoridades estatales reconocen que todo esto es el preámbulo de un tiempo de horror.

La realidad es refractaria a los discursos. Comenzó a perseguir brutalmente a la nueva administración desde los primeros minutos del 1 de diciembre. En Ciudad Juárez, tres hombres armados entraron al bar Alamo’s, abrieron fuego contra la clientela y dejaron a cinco personas sin vida.

Otras cinco personas fueron ejecutadas esa madrugada en aquella ciudad —a dos de ellas, sus asesinos los persiguieron a lo largo de varias calles.

En Yanga, Veracruz, dos hombres semidesnudos fueron encontrados en una combi. Estaban desaparecidos desde el viernes. Eran el dueño de una purificadora y su empleado. Los habían asesinado a tiros. El infaltable narcomensaje señalaba una venganza entre grupos del crimen organizado. Horas más tarde curiosos que muy cerca de ahí pasaban por la orilla de una carretera, reportaron el hallazgo de restos humanos dentro de bolsas de plástico negro. “Al parecer se trata de un varón”, declaró personal de la policía ministerial. Pero no era así: era el cuerpo destazado de una mesera a la que habían reportado desaparecida desde la semana pasada.

En la colonia Arboledas del Sur, en Guadalajara, vecinos reportaron que había detonaciones dentro de una torre de departamentos. La policía encontró “a seis masculinos de aproximadamente 30 años, quienes sufrieron agresión directa”. Cada uno de los cadáveres presentaba varios impactos. Los agresores habían huido en un vehículo blanco.

Las ejecuciones siguieron en Guanajuato. En Salvatierra, dos hombres fueron hallados boca abajo, en unas parcelas, “con impactos en la extremidad encefálica”.

Hubo ejecutados en Valle de Santiago, Acámbaro y Moroleón. En Salamanca apareció el cadáver de una mujer, con el rostro hundido en la maleza y las manos atadas a la espalda. Sus victimarios la habían torturado y obligado a hincarse antes de darle del tiro de gracia.

Se registraron ejecuciones en Chihuahua, Tijuana y San Juan del Río. Dos hombres fueron hallados dentro de un Stratus en Toluca: les habían tirado a corta distancia. “Los emboscaron”, denunciaron autoridades locales. Cuando el auxilio llegó, ninguno presentaba ya signos vitales.

A mitad del domingo algunos medios contabilizaban ya 31 muertos: el recibimiento de un país hundido en la violencia: la realidad, desnuda y brutal, asomando de nuevo su rostro descarnado.

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