La expectativa que tiene la humanidad sobre su futuro está muy polarizada. Una parte cree que el avance tecnológico será capaz de resolver todos nuestros problemas, lo que nos permitiría entrar en una época de franca bonanza que nos beneficiaría a todos por igual. Por otro lado, existe un enorme segmento de la población que sólo atestigua los beneficios de este mundo moderno sin gozar de ellos, por lo que percibe una mayor desigualdad y es pesimista sobre su futuro.
Actualmente es posible que un doctor opere con gran precisión a pacientes que se encuentran en otro continente. Existen personas que han perdido la audición o la vista y que posteriormente las recuperan gracias al avance científico, mientras que otras han vuelto a caminar o sujetar objetos con extremidades artificiales.
Estas maravillas son posibles gracias a que el progreso científico y tecnológico ha avanzado aceleradamente. De hecho, se ha generado más conocimiento en los últimos 50 años que en toda la historia moderna de la humanidad. Por ejemplo, la capacidad de memoria que tiene hoy un teléfono celular es millones de veces superior a la que tenían las computadoras de los módulos espaciales de la NASA durante la carrera espacial de los años sesenta.
De acuerdo con el científico Ray Kurzweil, director de Ingeniería en Google, el progreso que tendremos durante el siglo XXI será el equivalente a 20,000 años de progreso al ritmo que se dio en el siglo XX.
Este desarrollo nos ha permitido duplicar la esperanza de vida; contar con regiones enteras donde la gente no muere de hambre; producir energía de manera abundante; o permitirle a un estudiante el acceso a clases en las mejores universidades, desde cualquier parte del mundo, en cualquier momento y en muchos casos de forma gratuita.
Por otro lado, también existe un mundo en el que persiste la pobreza, la injusticia, la violencia y la desesperación. Por ejemplo, aún hay países donde más de la mitad de la población vive en extrema pobreza, donde muchos emigran por violencia, falta de oportunidades laborales o simplemente la gente muere por enfermedades que hoy son fácilmente curables.
La percepción de vivir en un mundo estancado y la mayor desigualdad generan rencor, frustración y violencia. Esto amenaza el bienestar de todos, por lo que debe ser prioridad y compromiso de todos combatir la falta de igualdad en las oportunidades.
Algunos pretenden combatir la desigualdad frenando el progreso, proponiendo viejas políticas y métodos de producción obsoletos. Así, el progreso se concibe como el culpable de incrementar la brecha entre estos dos mundos. Esta solución es peligrosa, pues el objetivo no debe ser estancar a los que han alcanzado el desarrollo, más bien debemos apoyar a quienes se han estancado para unirse a un mundo que avanza más rápido.
Imaginemos un salón de clases con alumnos que obtienen calificaciones muy desiguales, desde los que reprueban hasta los que obtienen 10. Si el profesor elimina a los alumnos que sacan más de 8 tendrá un salón más igualitario, pero más atrasado. Lo ideal es ayudar a los que obtuvieron malas notas a subir su calificación y no limitar el progreso de los que han conseguido buenos resultados.
Por ejemplo, en México también hay contrastes sorprendentes. Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro han conseguido duplicar su ingreso por persona desde 1993, un logro similar al de potencias emergentes asiáticas; mientras que en Tabasco y Chiapas este ingreso se estancó, y en Campeche se redujo a la mitad. Lo deseable sería que Chiapas y Tabasco empiecen a crecer a la velocidad de Aguascalientes. No obstante, algunas corrientes en el sureste del país no se quieren alejar del viejo modelo que los hizo rezagarse, sino que ahora lo ratifican apostándole nuevamente a industrias que actualmente generan muy poco valor agregado.
Las empresas más grandes del mundo y las que pagan los mejores salarios no se basan en materias primas ni pertenecen al sector manufacturero tradicional de la economía, como lo fue en su momento la industria del acero o del petróleo. Apple, Google, Microsoft, Amazon, Tencent, Facebook o Alibaba, son empresas de la economía del conocimiento y la creatividad, por lo que la solución no está en dar muchos empleos de actividades económicas que ofrecen salarios muy bajos, sino en impulsar nuevas empresas y actividades más prometedoras. En lugar de frenar el mundo que progresa, hay que impulsar el progreso del mundo que se estancó.
Los países más avanzados sustentaron su desarrollo, principalmente, en una educación de calidad que brinda las aptitudes necesarias para enfrentar los cambios, en el acceso universal a un buen sistema de salud y un Estado de Derecho que protege tanto la integridad como el patrimonio de las personas, brindando certidumbre a la sociedad en su conjunto. Por ello, es necesario subir al tren del progreso a aquellos que aún no lo han logrado.
Aprovecho mi última columna de este año para desearles felices fiestas en compañía de sus seres queridos y un próspero y productivo 2019.

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