Llegó el nuevo Congreso muy sobrado, tan sobrado que espanta como no lo había hecho, desde hace mucho, una legislatura con sus coloridos diputados y senadores. Apenas llegan y piden que se cancelen reuniones de informes por considerarlos una burla para “la soberanía” y les gritan cínicos a la minoría, bicoca, flaquita, exigua, testimonial. Llegaron sobrados porque se les nota que llegan con harto rencor, de ese que no se quita tan fácil, de ese que usa el discurso de reconciliación como el difraz de una catarsis a la que urge desbocarse. Llegaron sobrados, está bien, tienen con qué.

Desde 1994 que no veíamos un Congreso tan cargado al presidente como el que veremos en los próximos tres años, así votó el país, así lo quiere la “mayoría”: en la Cámara de Diputados, entre Morena, el PT y el PES tendrán más o menos 308 legisladores, es la mayoría absoluta y les faltan unos 25 más para los dos tercios que se requieren en las votaciones de reformas constitucionales. En el Senado, la misma coalición tiene 69 escaños de 128 y le faltan unos 16 para los cambios constitucionales, uso números aproximados porque nadie descarta que en los próximos días más y más hombres y mujeres de otros partidos se sumen gustosos y desinteresados a la cuarta transformación de México... bueno, al menos gustosos.

El primero de septiembre, San Lázaro se pareció más a un derroche de fanfarronería que a un Congreso de la República, entre los minúsculos ardidos y los apabullantes engreídos aquello apestó a vanidades trasnochadas, a petulancias recién paridas, “la patria es después de mí.”

La soberbia ciega los reflejos de la realidad, parece que los perdedores no comprenden por qué perdieron, ignoran que sus curules representan la ignominiosa tradición del mamón presupuestario que se niega a morir y se aferra al compadre que le regaló su nombre en la lista de pluris a los que nadie quiere, están ahí por sistema y nada más, hace dos meses que los mandaron en vasca al basurero político más grande de la historia contemporánea. ¡Claro!, nunca entendieron que no entendieron jamás.

Peor aún parecen los vencedores, jactándose de un triunfo que sienten propio y personalísimo cuando, casi todos, se colgaron de un nombre y de un hombre, de uno solo y nada más porque así es la bilis en esta tierra con resuello de caudillos, de uno solo y nada más porque ahí se canalizó todo, porque ya no fue hombre sino un símbolo, porque ya no fue un político como los otros sino la esperanza encarnada y reencarnada, ellos no ganaron por ellos, ellos ganaron por él.

Pero él no existiría si los perdedores no hubieran sido tan patéticamente ineptos y deshonestos, si no se hubieran empeñado en sembrar tanto odio para sí mismos, el régimen muerto fue el mejor impulsor del nuevo gobierno.

Eso, no lo entienden aún en el nuevo Congreso: muchos mexicanos que votaron por ellos no lo hicieron por ellos sino por su líder y muchos que votaron por el líder no votaron por el líder sino para darle el tiro de gracia al viejo régimen.

En 2021, veremos más claramente quién votó por qué.

DE COLOFÓN. Siete Cero. Archívese. Y ya.

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