Hace unos días, un sicario de Guerrero y Morelos relató en una entrevista para Despierta con Loret algunas de las cosas que hizo durante los últimos siete años. Su testimonio es el lado no visible de ese horror visible que ha llenado México de fosas y cuerpos descuartizados.

Espantoso es un adjetivo que palidece frente a las cosas que contó, sin perturbarse en lo más mínimo, aquel sicario. Tiene apenas 23 años. Mató a 26 personas en Morelos “y la verdad a cientos” desde que se inició en el sicariato.

Lo reclutaron los Beltrán Leyva a los 16 años. El contacto fue un amigo con el que fumaba mariguana. Fue contratado como H (halcón) y su primer sueldo fue de cuatro mil pesos a la quincena. Su trabajo consistía “nomás en vigilar a la policía”. De halcón pasó a tienda (la venta de droga) y un poco más adelante se hizo escolta de La Moña (Antonio Román Miranda), el segundo al mando de Los Rojos.

Lo entrenaron en Guerrero. “Fuimos a la sierra y ahí nos hicimos llamar La Guerrilla Roja de Guerrero”, relató. En el campo de entrenamiento había 500 jóvenes reclutados de la misma forma. Permaneció ahí seis meses.

—¿En esos seis meses qué les enseñaron? —le preguntó el reportero Luis Pavón.

—A matar gente y a destazar y a torturar gente. Por ejemplo, íbamos y levantábamos a los “contras” y poníamos a cierto grupo de personas a que los destazaran, y si veíamos que no tenía los requisitos para ser sicario lo matábamos —contestó.

Parte del entrenamiento, dijo, consistía en comer carne humana, “un requisito para ver que no tenías miedo ante tu enemigo”.

—¿A qué sabe la carne humana? –le preguntó Pavón.

—Como un taco de chicharrón placero.

Al bajar de la sierra, el sicario fue concentrado en Acapulco con la instrucción de “acaparar otra vez la plaza”, que se había perdido “porque nos habíamos quedado sin gente”. Durante año y medio puso en práctica lo que había aprendido, bajo las órdenes de la jefa de la plaza, una mujer conocida como La Señora (Clara Elena Laborín, esposa de Héctor Beltrán Leyva).

De acuerdo con su relato, los federales lo detuvieron, lo secuestraron unos días y lo fueron a tirar a un terreno baldío. Él se regresó a Morelos y estuvo tranquilo hasta que “la maña” de Morelos lo detectó y envió gente a reclutarlo. Esta vez quedó bajo las órdenes de El Betito (José Alberto Flores Patiño), jefe de Los Rojos en la zona surponiente del estado. El Betito lo nombró jefe de sicarios. “Me dio la plaza de Tlatenchi y la mitad de Jojutla para que yo me ponga a vender droga”, recordó.

El joven recordó que había matado por primera vez a los 18 años. “Tuve miedo al principio, al ver que se estaba desangrando, al ver que le brotaba la sangre del cuello. Tuve miedo, no le voy a negar nada… pero ya después (matar) es más fácil que comer”.

Ser jefe de sicarios significa “ponerles el ejemplo, enseñarles cómo se debe de trabajar, enseñarles que no tenían que temer ante nadie; aunque sean ellos los que te traicionen, ahí mismo los tienes que matar para que metas miedo a tu gente y sepan que eres de cuidado”. Desmembró personas, “les desmembramos la mayor parte que pudimos”, y las tiró en fosas, en ríos, “muchas veces con cartulinas”, en toda la zona sur del estado.

A través de secretarios o de familiares, relató el sicario, el grupo criminal entró en contacto con alcaldes de diversos municipios. Les financiaron sus campañas políticas y les pagaron, incluso, a cambio de protección. Entre los políticos cooptados por Los Rojos se hallaba el presidente municipal de Tlaquiltenango, Alonso Plascencia. “Controlamos Tlaquiltenango y fuimos avanzando municipio a municipio…”, relató el sicario.

Entre otros políticos involucrados con el grupo criminal, mencionó a los alcaldes de Jojutla, Zacatepec, Amacuzac, Puente de Ixtla, Acayucan, Tetecala y Xochitepec. A todos ellos Los Rojos les pagaron las campañas, según dijo.

—¿Qué siente de haber matado tanta gente? ¿Su conciencia qué le dice? —le preguntó Pavón hacia el final de la entrevista.

—Pues ahorita nada, pero más adelante pues no sabría decirle, ¿verdad? —contestó.

El joven fue detenido por las autoridades de Morelos.

Inquieta mucho escribirlo. Si lo que dice es cierto, en algún lugar de Guerrero y de Morelos hay 500 como él. ¿Qué rayos hacer con eso?

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