Si bien América del Norte existe geográficamente, la duda es si también existe como un bloque regional con intereses, valores y metas compartidas. Tradicionalmente el concepto fue utilizado en los centros de poder para solo referirse a Estados Unidos y Canadá, remitiéndose a México hacia la periferia centroamericana o sudamericana. Lo anterior cambió hace 24 años: con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte de 1994 se “admitió” a México al espacio geográfico donde siempre había estado. Aunque desde entonces emergió la noción de Norteamérica como comunidad económica regional con intereses compartidos, cabe recordar que, como el proyecto inicial fue negociar un tratado bilateral entre México y EU similar al que ya existía entre Washington y Ottawa desde 1988, dicho concepto fue más el producto de las circunstancias, que de una gran visión estratégica de largo alcance para integrar a las tres naciones. En efecto, el trilateralismo surgió por la insistencia canadiense de participar en las negociaciones entre sus dos vecinos, pues temió que EU hiciera mayores concesiones a México que a Canadá.

El novedoso concepto cobró ímpetu en los primeros años del TLCAN: siendo embajador en Dinamarca, llegué a representar en eventos oficiales a “Norteamérica” a petición de mis dos colegas regionales. Aunque la responsabilidad se me complicó cuando también asumí la presidencia del Grupo Latinoamericano, ello no era más que el inevitable reflejo de nuestra complicada realidad geopolítica con la que siempre tenemos que lidiar. Sin embargo, al paso del tiempo y ante la falta de voluntad política de las partes, el concepto fue palideciendo. Una de las últimas iniciativas de peso fue la creación de la Cumbre de Líderes de América del Norte en 2005, pero ya para su novena reunión celebrada en Toluca durante 2014, el primer ministro canadiense, Stephen Harper, dejó ver su antipatía por el presidente Obama y su desinterés en el trilateralismo, en que su país siguiera siendo el tradicional “nice neighbour”, y en realizar la siguiente cumbre. Obama tampoco se ocupó mucho de nuestra región, pues incluso condujo negociaciones para un tratado de libre comercio con la Unión Europea, sin tomar en cuenta al bloque norteamericano. En 2016 el nuevo mandatario canadiense, Justin Trudeau, finalmente realizó la pospuesta décima cumbre en Ottawa, que ya fue la última.

Donald Trump se ha encargado de tratar de anular, sin mayor empacho, lo que subsistía de la desdibujada idea inicial. No solo ha socavado la pieza angular del regionalismo que es el TLCAN, sino que ha maltratado con saña a sus dos únicos socios y vecinos territoriales. Ha subvertido los fundamentos de la integración con proteccionismo y aranceles, con la intención de sustituir el tratado trilateral por dos bilaterales más endebles con duración de 5 años, con muros fronterizos que frenen la dinámica de los intercambios y movimientos, etcétera. En el nativismo, nacionalismo, aislacionismo y racismo del “America First”, no hay espacio para lo multilateral o trilateral.

No obstante, unas son las posiciones políticas, ideológicas, demagógicas, oportunistas y coyunturales de corto plazo, y otras las tendencias estructurales permanentes e inevitables de largo plazo. La gran variedad de vasos comunicantes existentes en América del Norte —geográficos, históricos, comerciales, financieros, industriales, laborales, migratorios, sociales, culturales, familiares, ambientales, tecnológicos etcétera— imposibilitan la separación y el aislamiento. Los tres países aún no están integrados, pero sí lo están los mercados de EU y Canadá, y el de EU y México: inexorable realidad que no desaparecerá por el unilateralismo de Trump.

Internacionalista, embajador
de carrera y académico

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