Hacen el mismo trabajo, tienen capacidades muy similares, son igual de productivos, entonces ¿por qué, mientras un obrero en Estados Unidos gana 35 dólares por hora, el mexicano ingresa menos de tres dólares por el mismo tiempo trabajado?

Uno, porque los primeros están organizados dentro de un sindicato que defiende sus intereses, mientras que los segundos no cuentan con ese privilegio.

Dos, porque a diferencia de los estadounidenses y los canadienses, los líderes sindicales mexicanos son socios o empleados de los empresarios y ese conflicto de interés no tiene consecuencias.

Tres, porque el gobierno mexicano ha tenido preferencia sistemática por los intereses de los empresarios y cree con obcecación en que la competitividad mexicana debe sostenerse a partir de pagar salarios miserables.

Las mismas razones que mantienen deprimido el ingreso de los trabajadores son las que permitieron que, durante las rondas anteriores para la renegociación del TLC, el tema de la homologación salarial fuera marginado.

En julio del año pasado dos líderes canadienses, Jerry Dias, cabeza de la Unifor, y Denis Williams, dirigente del sindicato automotriz, publicaron un texto en The New York Times que pretendía desafiar al gobierno mexicano.

Ahí acusaron a la CTM de estar coludida para lastimar los derechos de los asalariados y mantener las condiciones laborales de los mexicanos muy por debajo de los estándares estadounidenses.

Para ambos sindicalistas la renegociación del TLC debía incorporar un mecanismo de arbitraje laboral para combatir la injusticia impuesta por los mexicanos en contra de los trabajadores de los tres países.

Frente a esta iniciativa, tanto los negociadores del gobierno mexicano como sus amigos empresarios del cuarto de a lado hicieron como si no oyeran. Sin embargo, por lo bajo no paraban de repetir que, de incrementarse los ingresos de los trabajadores en nuestro país, industrias como la textil o la automotriz terminarían migrando a China y otros países dispuestos a precarizar la mano de obra.

Ayer, sin embargo, con la visita de Chrystia Freeland, ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, quedó claro que este tema comenzará a moverse en una dirección distinta. Después de la reunión que esta funcionaria sostuvo con Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard, el futuro canciller mexicano anunció que uno de los temas principales de la renegociación del TLC será la homologación salarial.

No solo Jerry Dias o Denis Williams estarán felices por lo que ayer escuchamos, sino que deberían estarlo los miles de trabajadores de la industria manufacturera mexicana de exportación, cuya existencia está a punto de cambiar.

Sería falso prometerles que a partir de diciembre sus salarios pasarán, por hora, de tres a treinta y cinco dólares, pero al menos dejarán de estar anclados a la baja.

La homologación salarial pasa, como propusieron Dias y Williams, por la creación de un órgano trilateral responsable de arbitrar contra las asimetrías injustas del salario, con el objeto de resolver la sistemática discriminación responsable de que, en América del Norte, a trabajo igual se pague un salario desigual.

No es cierto que esta asimetría se deba a argumentos de orden económico: ha sido la política sindical del gobierno mexicano y la sociedad malsana entre las élites empresariales y los gobernantes, los dos motivos que, de un lado, han maltratado a los trabajadores de la industria exportadora mexicana y, del otro, han enviado a la calle a los obreros de Canadá y Estados Unidos.

Si Ebrard y su jefe, Andrés Manuel López Obrador, abrazan como principio una homologación justa de los salarios en la renegociación del TLC, otra será la cara de Norteamérica.

ZOOM: Promover la homologación salarial significa pelearse con los negociadores que, desde el sector empresarial mexicano, han estado participando en las rondas del TLC. ¿Será que el mandato en las urnas alcance para que el futuro gobierno logre un arreglo más justo? Crear la comisión tripartita de arbitraje en materia laboral es la clave para responder a esta pregunta.

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