Mucho se lamentaba Gustavo Adolfo Bécquer en su rima LXXVII por las tristes consecuencias de dejar este mundo. Después de presenciar una misa y un entierro, el poeta español repite dolorosamente los versos “¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!”.

¡Qué ganas de invitar a Bécquer por estas fechas a este lado del Atlántico! Sin duda, su idea acerca de la muerte cambiaría después de festejar el Día de Muertos en tierras mexicanas llenas de flores de cempasúchil, con el pan de muerto horneándose por montones, con los mariachis visitando los cementerios, donde la familia se reúne, comparte comida, limpia y adorna las tumbas de los que nos ven desde el otro lado.

Nuestro compatriota, Jaime Sabines, no podía sino coincidir con estas fiestas. Con humor y desenfado afirmaba “Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?”. Le parecía frío e inhumano un entierro, un encierro. Los muertos no se fueron a vivir el olvido debajo de las capas de tierra o detrás de un mármol. Nos esperan en el jolgorio que solo nosotros sabemos montar.

Los mexicanos vivimos con la fiesta a flor de piel, así que no la abandonamos al cruzar al Mictlán. Ni de los antojos nos salvamos, pues ahí están las ofrendas en el altar con lo que más nos gusta en vida, para disfrutarlo después de morir, que para nosotros significa solo un paso más de la existencia.

En México la fiesta es en grande, pero en otros lugares de Latinoamérica no se quedan atrás. En Guatemala también suelen visitar los cementerios, llevar música, compartir la comida. En Colombia, un poco más apegados al catolicismo, se reza una novena por las ánimas del Purgatorio. En Ecuador también se celebra a los muertos en sus tumbas con una bebida llamada “colada morada” y guagua de pan, que sería su versión del pan de muerto.

Las cosmovisiones son bien distintas alrededor del mundo, pero todas aportan riqueza e identidad a las culturas. Entre más cuidemos nuestras tradiciones, más tendremos que heredar a los que vienen. Al mismo tiempo, podemos compartir y aprender de los otros y enriquecer nuestras vidas, ésta y las que faltan.

Foto: Archivo El Universal

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