¿Qué pasa en Guanajuato? Pasa que en los primeros tres días del gobierno estatal, 54 personas fueron asesinadas. Pasa que la cuna de la Patria se ha vuelto el epicentro nacional de la violencia homicida. Pasa que, entre enero y agosto, 2 mil 135 seres humanos fueron ejecutados en el estado. Pasa que el total guanajuatense de víctimas ya supera en 2018 (y por mucho) al caudal de Guerrero o el Estado de México.

Ahora, ¿por qué pasa lo que pasa en Guanajuato? Pues les podría dar una explicación sobre el huachicol y la refinería de Salamanca y el surgimiento de bandas especializadas en el robo de combustible, una que se llama a sí misma cártel, originaria de un sitio conocido como Santa Rosa de Lima, y dirigida por un individuo conocido como el Marro. Y les podría hablar de la irrupción de grupos supuestamente vinculados al Cártel de Jalisco Nueva Generación, anunciada en mantas con mala ortografía y mensajes aterradores.

También, ya en esta ruta, les podría decir algo sobre la debilidad institucional del estado, tal vez que Guanajuato, un estado de casi seis millones de habitantes, contaba en 2016 con menos de 10 mil policías, entre estatales y municipales, o tal vez que no más de 3 de cada 10 homicidios se resolvían en la entidad antes de la explosión de violencia. De refilón, podría mencionar que, en medio de la crisis de violencia, tanto el secretario de seguridad pública como el procurador general de justicia fueron ratificados en sus puestos por el nuevo gobernador.

Les podría decir todo eso y mezclarlo y combinarlo y, en una de esas, produciría una explicación razonablemente verosímil. Pero, si hiciera eso, dejaría fuera un elemento crucial para explicar lo que pasa: la violencia se alimenta a sí misma.

La retroalimentación del fenómeno se da por dos vías. Una es algo obvia: hay aquí cadenas de venganzas. Me matas a un pariente, te mato a tres, me acabas masacrando a todos mis descendientes. Y así nos vamos.

Otro mecanismo es un poco más complicado. En cualquier momento dado, las capacidades del Estado para prevenir o sancionar un delito son las que son. Hay lo que hay. Y eso puede ser suficiente para lidiar con un equilibrio de baja violencia. Pero, si por cualquier motivo, hay un disparo en el número de homicidios, la probabilidad de que cualquier asesinato en lo individual sea sancionado disminuye. Y como se reduce la probabilidad de castigo, hay más homicidios. A más homicidios, menos probable el castigo. Y así nos vamos, hasta la estratósfera.

Esto suena horrible (y lo es). Pero la naturaleza del fenómeno apunta a una salida posible. Una disminución puntual en el número de homicidios puede provocar que, en el margen, la probabilidad de sanción de cualquier asesinato crezca, generando por tanto una reducción adicional en el volumen de muertos, provocando a su vez mayor riesgo de castigo. La espiral de ascenso, invertida.

Y eso se logra de dos maneras. La primera: incrementar las capacidades del estado para prevenir y resolver homicidios. Esto es indispensable, pero el proceso tarde. La segunda: ser estratégico con los recursos disponibles, focalizar esfuerzos en los puntos calientes, poner prioridades, pintar rayas en la arena. No más agresiones a policías, por ejemplo. No más masacres de familias enteras, por ejemplo.

Algo como eso, se me ocurre. O bien, seguir haciendo lo mismo y dejar que Guanajuato, el estado de las plantas automotrices, del desarrollo industrial, de la exportación manufacturera, se vuelva el nuevo Guerrero.

. @ahope71

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