Acostumbrado desde sus orígenes a la infalibilidad de la “línea” y la disciplina ante los designios presidenciales, la democracia interna nunca fue fácil para el PRI. Las pocas veces que, en sus 90 años, recurrió a métodos democráticos, ya sea en la selección de candidatos o la elección de dirigentes, invariablemente el priismo terminó fracturado, dividido y enconado. Y siempre sus imperfectos ensayos de democracia desembocaron en dolorosas e históricas derrotas.

Así ocurrió en 1999. La “sana distancia” que les impuso Ernesto Zedillo llevó a los priistas a ensayar una elección interna por voto de la militancia para elegir al candidato presidencial en el 2000. Francisco Labastida y Roberto Madrazo se enfrascaron en una inédita contienda por el voto de los estados a los que se dio un valor, según sus distritos y padrón; para organizarla, se creó una Comisión del Proceso Interno, con el mítico Fernando Gutiérrez Barrios, cuya autoridad política —y el temor de su leyenda entre los priistas— sustituyó la aparente ausencia del dedo zedillista.

Al predecible triunfo de Labastida siguió la descalificación del perdedor Madrazo que, en su negativa a reconocer la derrota, se inventó un autoatentado y acudió a la protesta del candidato presidencial con el brazo inmovilizado por un cabestrillo para no levantarle el brazo al ganador. La fractura priista fue evidente y el sinaloense terminó siendo un cordero para el sacrificio de la primera derrota presidencial del PRI, entre la división y los brazos caídos del madracismo y el marcado interés de Zedillo por la primera alternancia en México, con la llegada del panista Fox a Los Pinos.

La orfandad del jefe máximo fue sustituida por los gobernadores y en 2002, para renovar la presidencia alargada de Dulce María Sauri, la democracia interna fue vista como una forma de reinventarse. Se aprobó el voto directo para elegir al nuevo presidente del CEN y dos bloques de gobernadores chocaron: los labastidistas, con Beatriz Paredes, apoyada por el Estado de México, Veracruz, Puebla, Hidalgo, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas, Durango, San Luis Potosí y Colima; y los que apoyaban a Roberto Madrazo, que eran Oaxaca, Campeche, Guerrero, Tabasco, Quintana Roo, Sinaloa y Michoacán. Y como eran menos, los madracistas suplieron su desventaja con una alianza con la poderosa líder del SNTE, Elba Esther Gordillo.

La contienda interna fue otra vez desgastante y con acusaciones de trampas, fraude y compra de votos entre los candidatos. El 24 de febrero fueron las votaciones con un triunfo cerrado de la dupla Madrazo-Gordillo, con 50.9% de los votos (1 millón 518 mil 063) contra 49.1% de la fórmula Paredes-Guerrero con 1 millón 466 mil votos. La fractura interna fue inocultable y se resumió en una frase de la exdirigente nacional recién fallecida, María de los Angeles Moreno: “A Beatriz le ganó la delincuencia organizada del partido en Oaxaca”, en alusión al aliado de Madrazo, el gobernador José Murat.

Cuatro años después, ya con Madrazo como dirigente y aspirante presidencial y tras la estridente ruptura entre el tabasqueño y la maestra Gordillo, quien terminó renunciando al PRI al negársele la presidencia priista, afloró la fractura de aquella elección interna y los gobernadores oficialistas le cobraron a Madrazo apoyando al panista Felipe Calderón y mandando al PRI al tercer lugar en la elección presidencial del 2006. Luego vino el fenómeno televisivo y político de Peña Nieto y el regreso priista a Los Pinos en 2012, con todo un proceso de restauración de las viejas prácticas y rituales del jefe máximo del priismo. Seis años después, entre escándalos de corrupción, frivolidad y torpezas, el peñismo colapsó ante otro fenómeno político, ahora popular y carismático, el de López Obrador que hundió al PRI en la peor crisis de su historia. Y otra vez, en la orfandad y perdidos, los priistas ven en la democracia interna su tabla de salvación y van de nuevo por una elección por voto directo de dirigente nacional, en otro intento por reinventarse.

La pregunta es si ese proceso democrático no terminará igual que los otros, con un PRI dividido, fracturado y enconado; sólo que ahora el riesgo no es sólo otra derrota electoral, sino en sus actuales condiciones de debilidad y achicamiento por la pérdida de votación y militantes, una mala elección impugnada y cuestionada, no terminaría solo en fractura sino en la posible extinción del priismo que podría terminar de ser absorbido y asimilado por la nueva hegemonía de Morena.

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