Desde luego que son muchas más que las certezas. Ya se sabe que aquello fue lo más parecido al infierno en la tierra. Que el dolor de la carne consumida por el fuego es inhumano. Que la muerte así, es casi un consuelo. Que los sobrevivientes cargarán con un estigma para siempre. Que los ríos de palabras que han corrido estos días serán insuficientes para relatar el horror, la rabia, la indignación y el absurdo.

En cambio, se amontonan en desorden las preguntas, los cuestionamientos y las grandes interrogantes de la tarde moribunda y la noche de pesadilla del viernes 18 en Tlahuelilpan, Hidalgo.

¿De verdad nadie en los gobiernos federal y estatales ha estado consciente de las mil 550 tomas clandestinas de ductos en Jalisco, las mil 919 en Guanajuato, las dos mil 72 en Puebla y el negro récord de dos mil 121 precisamente en Hidalgo? ¿Lanzó alguna advertencia su gobierno cuando supo de la guerra de AMLO contra el huachicoleo? ¿Dónde andaba el gobernador Fayad —evidentemente más ocupado en otros menesteres— cuando el derrame y luego el estallido? ¿En qué momento se enteró realmente el ejército de la asonada hecha saqueo? ¿Por qué sólo 25 elementos cuando la dimensión del desastre exigía muchos más? ¿De verdad el “protocolo” aplicado es el óptimo para estos casos?

Y en el plano preventivo: ¿qué hará el gobierno para vigilar las más de diez mil tomas clandestinas en miles de kilómetros de ductos en siete estados de la República? ¿Cerrará de plano estas vías de distribución que son las más económicas y eficientes, aunque ahora estén estigmatizadas por el huachicoleo y la corrupción? Y a propósito ¿serán una solución las 500 pipas operadas por choferes entrenados bajo presión? ¿No son tan o más flamables que los ductos? ¿Estarán bien empleados los 80 millones de dólares que los mexicanos estamos pagando por ellas?

Y hablando de economías, el presidente López Obrador ha justificado el saqueo por la pobreza de las zonas rurales por las que cruzan los ductos; más de medio país. Y por ello ha anunciado acciones para apoyar a los pobladores de esas áreas misérrimas. La pregunta es ¿si no es momento de plantearnos y atrevernos a resolver el reto de un Nuevo Modelo Económico? Así, con todas sus letras. ¿Que evite que siempre sean los más pobres los que mueran en las tragedias? ¿Que reduzca la distancia brutal entre los cada vez menos que tienen más y los cada vez más que tienen menos? ¿Que deje de ver la pobreza como un asunto de conmiseración y empiece a mirarla como un asunto de mercado? Pues sí, aunque suene muy rudo; a nadie conviene que haya cada vez más pobres, porque luego quién compra. ¿No va siendo pues la hora de repartir cañas de pescar en lugar de canastas con pescados? ¿De generar riqueza a partir de la pobreza? ¿Está el actual gobierno lopezobradorista dispuesto a asumir el desafío gigantesco de construir un modelo de desarrollo propio, como hicieron Corea, Singapur y Malasia en el sudeste asiático y Botswana en África?

Sí, por supuesto que queremos resolver el ahora con los responsables de la atrocidad y conocer al fin a los huachicoleros de cuello blanco. Pero, estoy seguro que la tragedia de Tlahuelilpan nos deja una lección para el futuro: la de un México posible.

 

Periodista. 

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