El niño bajó del barco con su hermana y de la mano generosa y valiente de su madre. Venían del dolor de España y de la muerte del padre. Él tenía apenas nueve años y en los ojos los colores de aquel Veracruz de puertas abiertas hace 63 años. Llegaba al país, que por decisión propia haría suyo.

Ahora, Joaquín López-Dóriga Velandia hizo el viaje de regreso, de México a Madrid; solo que esta vez para recibir el Premio de Periodismo Rey de España de manos del mismísimo monarca Felipe VI, que lo abrazó cálidamente: “Por la excelencia a toda una trayectoria profesional”, dice la placa.

Apenas a los veinte años empezó en El Heraldo su aprendizaje periodístico, enfrentado a la infamia de la Noche de Tlatelolco de aquel 2 de octubre que no se olvida. Luego, bajo la tutela de Jacobo, pero forjando su nombre propio, descubrió y pulió sus dotes de comunicador oral en la televisión, plantándose muy gallardo él frente a la cámara y micrófono en mano, con un estilo cada vez más propio. Tanto, que lo llevó a Vietnam, cuando el mundo entero miró por primera vez hacia esa región del planeta desgarrada por la guerra del Apocalipsis ahora.

Entre tantas andanzas lo enviaron a cubrir la larga, larga agonía de Francisco Franco. Y resulta que hasta al muerto le sacó la exclusiva: “Fue aquel 20 de noviembre de 1975; di la noticia para radio y televisión a los mexicanos; que se enteraron antes que los españoles, porque eran las cuatro y media de la madrugada y en Madrid estaban durmiendo”. Se ganó a pulso sus propios espacios aquí y allá. Y al paso del tiempo convirtió su nombre en un referente de periodismo serio y confiable, en una marca única: López-Dóriga: “Para mí, la herramienta es el contenido. Lo que me gusta es el periodismo, aunque sea a gritos. La televisión, claro, por la audiencia. Pero la magia está en la radio. Porque es una relación muy íntima. La radio son emociones”.

Y así, emocionado, López-Dóriga está cumpliendo 25 años con su programa de Fórmula, que es el termómetro obligado del mediodía para saber cómo anda este país. Estos Méxicos de las décadas recientes que mantienen viva nuestra capacidad de asombro. Al grado de la estupefacción y de resistirnos a veces a creer lo que está pasando: “La noticia que más me ha afectado fue el terremoto del 19 de septiembre de 1985. Miles de muertos en una ciudad rota y aislada”. Palabras que definen su sensibilidad como periodista. Así es a grandes rasgos López-Dóriga.

A Joaquín lo veo poco, pero nos queremos mucho. Y ahora con esto del Rey, apenas puedo creer este parpadeo de cuarenta años: nuestras aventuras reporteriles en la siempre convulsionada Centroamérica; los días y noches en Panamá cuando la devolución del Canal; aquel programa en el que convocamos a los diferentes para que hicieran a un lado sus partidos y antepusieran México; los momentos durísimos que la vida nos planteó a uno y otro; igual que los ratos felices, como cuando apadrinó a mi hijo Juan Francisco. Y por supuesto aquellos duetos entrañables cantando boleros llorones: “Después de tanto, soportar la pena, de sentir tu olvido”. En fin, el disfrute de una amistad fraterna alegrada por la intensidad del sol de Acapulco o iluminada por las luces de la madrugada en esta ciudad ojerosa y pintada. Dejémoslo así.

Yo digo que hay que felicitar a López-Dóriga, pero sobre todo a Joaquín, por su mejor reportaje: su familia con Adriana, su fiel compañera, y sus hijos Joaquín, María José y Adriana. ¡Enhorabuena compadre!


Periodista. 

Google News