Dedico esta última entrega como Secretario de Turismo para compartir algunas reflexiones y dar un balance de la administración que culmina.
 
Hace seis años nos encontrábamos en un momento definitorio. Después de casi tres décadas de grandes esfuerzos, reformas y no pocos sacrificios, México había logrado conformar una economía abierta, diversificada, con finanzas públicas sanas, baja inflación e instituciones y poderes autónomos, todo ello precondición para lograr un crecimiento sostenido y oportunidades de desarrollo.
 
Los cambios estructurales que México inició en los años ochenta nos alejaron de las recurrentes crisis económicas que padecíamos, propias de una economía cerrada, muy dependiente del petróleo y del financiamiento externo y donde el Estado, por medio del gasto público, era el principal motor de la economía con grandes inversiones en obra pública y subsidios al consumo.
 
Las exportaciones del petróleo llegaron a representar hasta el 75% de nuestras ventas al exterior en la década de los setenta, mientras que la renta petrolera representaba casi una tercera parte de los ingresos públicos. La necesidad de financiamiento llevó al déficit fiscal hasta niveles de alrededor del 20% del PIB, mientras que la deuda externa llegó a representar 89% del PIB y 1,359% de las reservas internacionales a principios de los años ochenta.
 
Este modelo llegó a su fin con la abrupta caída de los precios de los hidrocarburos y el aumento significativo de las tasas internacionales de interés, lo que generó una de las crisis económicas más profundas que haya vivido nuestro país, por lo que se adoptó un nuevo modelo basado en una economía de mercado, equilibrio en finanzas públicas y un Banco Central autónomo con el mandato exclusivo de controlar la inflación.
 
A principios de este sexenio las exportaciones de petróleo ya eran menores a 10% del total, se contaba con finanzas públicas sanas, un amplio historial de inflaciones controladas, una deuda externa inferior al 20% del PIB y bien respaldada por reservas internacionales y líneas de crédito contingentes, gracias a lo cual tenemos más de 20 años sin experimentar una crisis económica producto de un manejo macroeconómico inadecuado. Esto quiere decir que ya tenemos una generación de mexicanos que no han experimentado una crisis interna. Paradójicamente, el modelo que nos ofrece la administración entrante es precisamente de lo que veníamos huyendo hace casi cuatro décadas.
 
Sin embargo, a pesar de estos innegables avances, también resultaba evidente que aún eran insuficientes para generar el crecimiento económico necesario para erradicar la pobreza, integrar a la totalidad de la población al modelo de desarrollo y cerrar la brecha de desigualdad entre individuos y regiones.
 
Bajo este diagnóstico, el gobierno del presidente Peña tenía muy claro que su objetivo central de política económica era acelerar el crecimiento a través de la única forma sostenible en el largo plazo: aumentando la productividad de la economía.
Es en este aspecto donde estuvieron los grandes aciertos del sexenio. A mi juicio, la reforma energética y la educativa fueron las de mayor trascendencia.
 
La reforma energética vino a actualizar un sector que estaba rezagado, con prácticas propias del siglo pasado en un entorno global que tiende hacia las energías renovables, donde el petróleo es cada vez más difícil y caro de extraer y donde nos estábamos perdiendo de miles de millones de dólares de inversión.
 
Por ejemplo, Francia acaba de anunciar que no usará combustibles fósiles a partir del 2050, asimismo, importantes marcas de vehículos ya se propusieron como meta producir sólo autos eléctricos tan pronto como el 2030.
 
Con relación a la reforma educativa, finalmente se puso el interés de los estudiantes por encima de consideraciones sindicales o políticas, abriéndoles la posibilidad de una vida laboral productiva en la economía del conocimiento.
 
Otra reforma exitosa fue la fiscal. La base de contribuyentes casi se duplicó y se logró una recaudación récord en términos del PIB, lo que redujo aún más la dependencia de la renta petrolera. En este mismo sentido se aprobaron las reformas laboral, en telecomunicaciones y al sistema financiero.
 
Aprovechar el enorme potencial del turismo para convertirlo en uno de los motores de la economía también fue un gran acierto de esta administración, ya que cerró con alrededor de 8.8% de la participación en la economía en 2017 desde 8.2% en 2012, al tiempo que se registraron máximos históricos en llegadas de turistas internacionales y captación de divisas.
 
Asimismo, el sector agropecuario ha registrado sus mejores años en este sexenio, creciendo al doble de la economía nacional y con exportaciones que crecen a doble digito (13%), alcanzando 33 mil millones de dólares el año pasado.
 
Pero también es justo reconocer que hubo insuficiencias ante las dificultades de incorporar a sectores y regiones del país en este modelo, lo que incrementó la desigualdad. Contrasta que ingenieros mexicanos en Jalisco participan en la construcción de la supercomputadora más poderosa del mundo, mientras que otros mexicanos al sur del país siguen produciendo con técnicas del siglo XIX.
 
Además, permanecen vulnerabilidades importantes, ya que no fuimos capaces de resolver el severo problema de seguridad pública y delincuencia organizada que nos aqueja desde hace ya muchos años, mientras que la visibilidad de muchos casos de corrupción, sobre todo de ex gobernadores, deterioraron la confianza de los mexicanos quienes terminaron votando en su mayoría por una opción diferente.
 
Sin embargo, esto no otorga un cheque en blanco para destruir lo mucho que hemos construido durante décadas. Preocupa un falso diagnóstico que nos lleve a tomar acciones que nos alejen de la solución a los problemas de corrupción, desigualdad e inseguridad, incluso a caer en una crisis económica que los profundice.
 
Si diagnosticamos bien y construimos una economía más competitiva e incluyente, México está en posición de alcanzar el desarrollo en esta generación, pero así como a un enfermo un mal diagnóstico lo puede matar, un mal diagnóstico puede eliminar cualquier posibilidad de darle viabilidad a un país.
 
Hay que destacar que vivimos en un mundo muy dinámico y competido, donde países como China construyen 3 grandes aeropuertos cada año, donde los sistemas educativos en los países exitosos se enfocan en elevar las capacidades de su fuerza laboral para incorporarla a la economía del conocimiento.
 
Por ello, debemos mejorar el Estado de Derecho a través del fortalecimiento institucional, atacando la corrupción con mayor transparencia y herramientas eficaces, así como poniendo al ciudadano en el centro de toda política pública, sustentada además sobre bases técnicas y científicas.
 
Seremos un país más igualitario si todos tenemos acceso a un sistema de salud y educación de calidad, donde la ley se aplique a todos por igual. Es fundamental incorporar una visión solidaria de México con los que menos tienen con el fin de que los beneficios le lleguen a más mexicanos a un ritmo superior del que llegaría por la inercia de un mayor crecimiento económico.
 
Secretario de Turismo

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