“El hombre es bueno y la sociedad lo corrompe”, decía Jean-Jacques Rousseau en su obra El Contrato Social, por allá de 1763; la humanidad pasaba por una era de iluminación, de grandes debates, nacían los pilares de la democracia, de la sociedad civil y del liberalismo.

Por más bello que parezca el pensamiento de Rousseau, la historia ha demostrado que el hombre, aunque podría ser bueno, claramente es más bien ambicioso, siempre busca más, no se conforma nunca con la igualdad, de ahí quizá el fracaso de los sistemas comunistas.

Dice una reflexión económica que si de alguna mágica manera algo pasara y por un momento todos los seres humanos del planeta en edad productiva tuviéramos exactamente la misma cantidad de dinero pasarían apenas unos minutos para que se formaran millonarios y miserables. Ni modo, así somos, ambiciosos, no necesariamente buenos.

Hasta el momento, el mejor sistema que ha respondido a esta naturaleza se llama capitalismo, la acumulación de la riqueza basada en las aptitudes, virtudes y estrategias de cada individuo.

El capitalismo salvaje, empero, ha creado grandes desigualdades sociales, ha dejado un halo de miseria y de exclusión que genera revueltas mundiales.

Desde la primavera árabe, pasando por la revolución del Maidán ucraniano o los indignados españoles, hasta los recientes movimientos de los chalecos amarillos franceses, todos parecen ser una consecuencia directa del capitalismo salvaje, al final una guerra de clases contra privilegios de unos contra la desesperación de los otros.

De forma maniquea podríamos resumir: los “ricos” quieren mantener sus privilegios, las ventajas fiscales que les permiten multiplicar sus riquezas y generar empleos no necesariamente justamente remunerados y los pobres, los de abajo, quieren más privilegios, una mejor y más justa distribución de la riqueza.

Ambos tienen razón. Ambos son ambiciosos. Ambos son humanos.

La bella ingenuidad de la 4T creo que está basada justamente en esa vieja premisa de Rousseau en torno a la bondad de la humanidad que, al final, resulta utópica.

No, no todos los fondos de Wall Street son buenos ni comprensivos, van a hacer todo lo posible por joder al país como lo hicieron con Argentina, están ávidos de que el proyecto toque el default y demandarnos hasta exprimirnos.

No, no todos los muchachos que andan por malos caminos van a escuchar los regaños de su madre pidiéndoles que acepten un trabajo porque ahora tenemos un nuevo gobierno que los va apoyar.

No, no todos los mexicanos serán buenos porque ahora hay un presidente bueno y un gobierno bueno.

Sin embargo, sin duda alguna, el sueño es hermoso aunque la ingenuidad salga muy cara.

Una solución sería el justo medio, ese que hoy parece perdido.

DE COLOFÓN.- ¿Cometerán delito los que reciban un aguinaldo mayor al del Presidente?

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