La liga perfecta, la intachable, la que nadie se atreve a criticar, falló y lo hizo de manera grotesca. Faltando muy poco tiempo en el cuarto cuarto, una jugada de pase de los Saints de Nueva Orleans, en donde Drew Brees buscó a Tommylee Lewis, a quien tramposamente el defensivo de Rams Nickell Robey-Coleman le comete una flagrante infracción.

Una interferencia de pase muy clara que fue ignorada por uno de los siete jueces que tiene un juego de NFL; increíble que no sea permitido que los entrenadores puedan pedir revisión de ese tipo de jugadas en ese momento del juego. Eso le costó el partido a los Saints y el regreso de los Rams a un Super Bowl.

Pero es lo de menos quién ganó. Lo trascendente aquí es que los infalibles no lo son tanto, como cuando tuvieron que esconder durante años la existencia de conmociones cerebrales que tantas muertes de ex jugadores profesionales entregaron. Así es esta liga: con doble moral brutal, que no hace más que demostrar que nada tiene de perfecta.

Esta maravillosa liga, que ya tiene su final, el Super Bowl LIII, entre Patriots y Rams, es la que no hace nada para evitar los esteroides en los jugadores y no existe un real control, esa es la NFL que tanto nos gusta.

Esa decisión arbitral de tan poca categoría se vio totalmente al revés en la final de la Conferencia Americana, donde hubo una jugada que sí se revisó hasta el cansancio y dieron un veredicto correcto. En fin, así se manejan.

Y mientras esto sucedía en el congelador de Kansas City, el hombre que escucha voces del más allá dio la nota de la jornada en el futbol mexicano. Jorge Pérez Durán, el árbitro que alguna vez —cuando no existía el VAR— le quitó un penalti —que ya había marcado— al Atlas, hizo el ridículo al arrebatarle un gol legítimo al Toluca, en contra de las Chivas.

El VAR fue mal aplicado. Se trató de un remate de Enrique Triverio que venció al portero Gudiño y entró a la portería, pero después —por el efecto— paseó sobre la línea de gol, lo que hizo que los jueces del videoarbitraje le comunicaran a Pérez Durán que el balón no había entrado, cuando en realidad sí rebasó la línea.

El descaro del árbitro es que, sin haberla visto en repetición, marcó como inexistente el gol, lo que llevó a una desairada reclamación de los jugadores del Toluca y, obviamente, Hernán Cristante.

Lo peor es que cuando lo invitaron —por presiones— a ver el monitor, se quedó en la misma. La terquedad fue evidente; la trampa y manipulación, también.  Una enorme injusticia, porque Toluca perdió el partido sin merecerlo, sólo por una decisión visceral de un árbitro que no quiso evidenciar el error de todos, pero de todos en el estadio de las Chivas, que fueron favorecidas descaradamente por la ineptitud arbitral.

El desastroso fin de semana arbitral tuvo una extensión en Barcelona, donde el silbante Ricardo de Burgos Bengoetxea, y los que trabajan en el VAR de allá, no anularon la anotación de Luis Suárez frente al Leganés, pese a que el delantero uruguayo claramente golpea al portero Iván Cuéllar, después de contactar el balón y enviarlo al fondo de las redes.

Porque en todas las ligas hay enormes fallas, pese a presumir su perfección.

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