En un país como México —donde las estructuras y maquinarias electorales existen y se utilizan, desde para acarrear votantes a las urnas, cooptarlos o comprarles su voto, hasta para “operar electoralmente” el día de las votaciones— las elecciones no siempre las gana el candidato que más apoyo tiene de los electores, sino el que logra meter (en el sentido más amplio y pragmático del término) más votos a su favor a las urnas. La confianza y certidumbre en nuestros comicios son valores relativamente nuevos y, si bien hemos avanzado en la organización de las elecciones por órganos autónomos y la participación directa de los ciudadanos en la realización del proceso, aún persisten prácticas y acciones de las estructuras políticas que son tan reales, como nocivas e influyentes en los resultados de las elecciones; el “fraude generalizado” del pasado, ha dado paso a selectivas y sofisticadas formas de “operación electoral” sobre todo el día de los comicios.

La lucha por el poder que vivimos en México hoy está marcada y atravesada por una interrogante que recorre el país, desde los corrillos y cafés políticos, hasta las oficinas, centros de trabajo y por supuesto las familias: “¿Crees que vayan a dejar llegar (o ganar) a López Obrador”?, es la pregunta que muchos formulan con legítima y razonable duda por las experiencias del pasado reciente. La compleja dinámica electoral, con toda su polarización, apasionamiento y encono, se centra hoy en la premisa de “cazar”, políticamente hablando, al candidato puntero en las encuestas desde hace más de un año y al que sus contrincantes no han podido no sólo alcanzar, sino lograr que baje en intenciones del voto, aún con campañas, ataques, cuestionamientos y hasta estrategias de “miedo” al perfil intolerante o autoritario que le cuestionan.

Eso no significa que esa “cacería” política contra López Obrador vaya a cejar; por el contrario, se va a agudizar conforme se acerque la fecha de las votaciones. Por ahora el discurso es ideológico y de imagen, pero conforme se avecine el 1 de julio la operación “anti-López Obrador” se orientará más hacia la operación electoral, luego del discurso del “miedo” y de los presuntos riesgos que representaría un triunfo suyo para la “estabilidad”, “las inversiones” o la “intolerancia y el autoritarismo”, todo eso de lo que acusan sus detractores y adversarios.

Un intento de frenar al candidato de Morena mediante una operación en las urnas no puede descartarse. El modelo Estado de México y Coahuila, por cierto citadas ayer por el candidato priísta José Antonio Meade como “ejemplos” de que una victoria del PRI aún es posible el 1 de julio, es una “operación” en la que se pueden perder las ciudades y grandes metrópolis, como ocurrió en el Edomex, pero en las zonas rurales, sobre todo en las casillas más lejanas y apartadas, la gente vota masivamente por la opción oficial.

Para que una operación así funcione se requieren dos factores: primero que el candidato al que se le quiera ganar no tenga representantes de casillas en todos los puntos de votación, o en su defecto cooptarlos el día de la jornada, y segundo que la diferencia entre el puntero y el segundo lugar sea máximo de entre 5 y 8 puntos. Por ejemplo, si en el país hay 155 mil casillas en total, con sólo “operar” en un 10% de esas casillas (15 mil 500), en razón de 300 votos metidos o anulados en cada casilla, se obtendría una diferencia de hasta 4 millones 650 mil votos, suficientes para bajar hasta 8.5 puntos de votación (cada punto son 500 mil votos); es decir que con los “operadores electorales” y una estrategia bien cuidada y mejor ejecutada le pueden tumbar hasta 8 puntos a cualquier candidato.

Esos datos los tienen contabilizados y analizados en la campaña de López Obrador y afirman que, “si las elecciones fueran hoy”, su candidato “soportaría” una operación de ese tipo; pero “si llegas con cinco puntos o menos de diferencia” del segundo lugar al día de la elección, ese modelo real y ya aplicado en entidades mencionadas, revertiría fácilmente esa ventaja.

Morena orgánicamente no tiene estructura para vigilar con representantes todas las casillas. En las 3 elecciones que ha participado en 2015, 2016 y 2018 su promedio de cobertura de casillas es del 65%. En el Edomex el año pasado fue de 70%. Basta un análisis detallado y geográfico (mapas de la votación en la elección mexiquense 2017) para saber dónde se concentraron los 169 mil votos que le dieron el triunfo a Alfredo del Mazo: 4 distritos, todos rurales, y con zonas apartadas y de difícil acceso (varios con participación del 80%), le dieron al candidato del PRI una distancia de 2.7% con la que derrotó a la candidata de Morena, Delfina Gómez.

Ese es el riesgo mayor que hoy ven los estrategas de Morena y esa, dicen, es “la verdadera cacería del Peje” ¿Será que por esa vía sí lo cazan?

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