Cuando era pequeño escuchaba a mucha gente decir que una de las razones por las que el futbol era solo para hombres, era porque las niñas no tenían la misma corpulencia y fuerza que un varón para defenderse en el balompié, un deporte que involucra contacto con los adversarios y con los mismos compañeros de equipo.

Claro que esto fue hace muchos años, tal vez unos 20, cuando recién comenzaba mis estudios primarios. A esto tendría que añadir que en ese tiempo la globalización televisiva apenas gateaba en México, el alcance de las grandes ligas de futbol era menguado y muy pocos tenían acceso a los partidos de los equipos europeos.

Por supuesto que si el futbol varonil era mayormente de tono local, las ligas femeniles eran casi inexistentes y por lo mismo nunca me planteé la encrucijada de la que escribo el día de hoy, un problema que ha llegado a las canchas donde también pelean las mujeres.

Y es que el recuerdo que tengo de las riñas en el futbol –únicamente entre deportistas y sin mencionar otras disciplinas– es tan amplio como el de muchos lectores que han visto y presenciado esos conflictos que hasta hace un tiempo eran exclusivos de los “bárbaros e irracionales”, como muchos los llamaron.

Para buena fortuna del deporte, el soccer se ha extendido en las últimas dos décadas tanto para hombres como para mujeres y para muestra basta el ejemplo de la liga mexicana de futbol. Un esfuerzo que partió como versión beta para después desarrollar una logística más sólida para ellas.

Aunque también, dentro de las malas costumbres, se ha añadido esta piedrita que siempre queda esparcida en el campo: la violencia entre los jugadores o jugadoras, como si fuera una ligera mina de batalla que espera a los más descuidados futbolistas para hacerlos estallar de cólera.

Les cuento esto por un incidente que sucedió hace algunos días en Argentina, donde los golpes a puño cerrado y patada con tachón fueron parte de un cotejo de liga femenil. Varias jugadoras de ambos equipos participaron en las agresiones que tuvieron como consecuencia cuatro muchachas hospitalizadas.

En aquellos recuerdos que les decía, de los conflictos en el campo de juego, nunca justifiqué los impulsos feroces entre los protagonistas del partido, siempre tuve una sensación de decepción ante dichos ardores porque más allá de que una persona tenga contacto físico con el rival en un enfrentamiento deportivo, creo que debe existir cierto carácter para no caer en los embates.

Claro que he jugado y entiendo que dentro del campo hay palabras que no diríamos tan seguido o hay barridas que no haríamos a diario, pero no hay que confundir los roces normales que se producen por el mismo ritmo del cotejo con los golpes, agresiones y violencia que para nada son parte del futbol.

Pensar que los guantazos y las patadas conforman este deporte nos llevaría a una gran consternación, en realidad no hablaríamos de soccer, sino de una combinación entre el boxeo con el karate. Y si me permiten la recomendación, para grandes espectáculos podríamos acudir a la lucha libre.

La crítica no es por ser hombres o mujeres. Tal vez estén en su derecho de enfadarse y golpear a quien quieran ambos géneros durante un partido, un derecho que sería poco justificado –desde mi punto de vista– pues a final de cuentas el ser humano evolucionó para ser un homo sapiens, ¿no?

Lo que pasó en Argentina no es el primer antecedente de golpes entre mujeres durante un partido de futbol, antes hubo unos cuantos donde las acometidas no fueron para menos. A mí me preocupa que las características que abaratan al deporte en cuestión se trasladen a otros lados, incluso con posibles trifulcas en divisiones inferiores, algo que tendría que ser igual de crítico.

Como les dije, de pequeño hubo personas a las que les escuché decir que el futbol era solo para hombres. Ahora me doy cuenta que estaban muy equivocadas y que no solo el futbol es para todos, sino que en el soccer también hay mujeres que pelean, una última aseveración que no me da tanto gusto redactar.

No es una cuestión de poco o mucho raciocinio, de clases sociales, géneros o etnias. En el futbol puede intervenir la más mínima provocación para que se efectúe una estampida en el terreno de juego pero debemos tener claro lo que ya mencioné. La fricción entre jugadores o jugadoras es normal, no obstante deja de serlo cuando aquello se convierte en una reyerta y hay que trasladar a unos cuantos al hospital. Eso no es futbol, ni para hombres ni para mujeres.

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