El presidente electo ha estudiado a fondo la historia nacional (lo dijo en su discurso triunfal) para saber que un sexenio puede empezar bien y acabar fatídicamente. Es verdad que es un lector asiduo de la historia de México y además ha podido ver, en butaca de privilegio, cómo cinco sexenios concluyen con una atmósfera cargada de expectativas malogradas. La amargura que genera un sexenio fallido es devastadora y, por tanto, sabe bien que un arranque vertiginoso, pletórico de promesas, puede ser tentador, pero la posibilidad de tropezarse con demasiados enemigos es alta. Tener demasiados frentes abiertos suele complicarse y es mejor elegir dos prioridades que puedan marcar huella en la historia del país. Finalmente, las administraciones van y vienen, y pocas, muy pocas, marcan un antes y un después. Además, en muchos casos la huella que queda es por las malas razones. Un presidente debe, a mi juicio, propender a cuidar los equilibrios internos y externos y tomar decisiones que generen una rara combinación de continuidad y novedad. Voy al grano. En el mapa nacional existen dos grandes prioridades que el Ejecutivo debe atender. La primera la he abordado en múltiples artículos y es la forma en que nos relacionaremos con Estados Unidos. La segunda es ¿qué hacemos con las desigualdades regionales y sociales?

La impresión que tengo es que el sexenio de AMLO se ha acelerado: fue electo el domingo y ya bajó a uno de sus secretarios (Vasconcelos); ya se está anunciando el nivel de subsecretarios (Robledo, Esquivel), y hasta una polémica en redes tratando de vetar a un prospecto (Mondragón). Los mensajes han sido bien recibidos en el plano económico porque mantienen la apreciada estabilidad macro, pero considero que el próximo presidente de México tiene mucho más que ganar si concentra su actuación en un tablero controlado. Tiene varios meses por delante y no tiene por qué estar bateando todas las bolas. Este mes tiene, por ejemplo, muchos temas de política exterior, y no es un capítulo sobre el que haya elaborado demasiado. Como lo ha señalado Cristina Rosas, el declive relativo de Brasil, la confusión argentina y la tragedia venezolana le dan un espacio apreciable para proyectar poder en la región. Yo empezaría por un gran plan con irradiación a Centro y Norteamérica, pero poniendo a México en el centro de la estrategia.

Pensar en un enorme proyecto que catapulte al sur-sureste pasa por ampliar la comunicación en el istmo entre los dos océanos. Una inversión para modernizar el ferrocarril, una ampliación de las vías de comunicación terrestre y posibilidad de disponer de petróleo, gas y fibra óptica en buenas condiciones puede detonar un crecimiento largamente aplazado. Al sur-sureste le urgen proyectos que dinamicen su economía, que en los últimos años no ha cesado de declinar. La inversión en infraestructura y el trabajo conjunto entre el sector privado y público puede cambiar, de manera definitiva, la trayectoria del sureste, que, desde los 90, ha visto cómo los sucesivos gobiernos eluden definir un proyecto de largo aliento que saque a la región de su círculo vicioso y ofrecer a los vecinos del sur una narrativa nueva para generar prosperidad juntos, y a los del norte probar que no es militarizando fronteras o criminalizando flujos migratorios como se puede estabilizar a las personas en sus países de origen.

Si AMLO reformula (porque supongo que no retomará su actual versión) el proyecto de zonas económicas especiales y lo convierte en una gran comisión del sur-sureste que impulse al mismo tiempo varias de sus promesas de campaña y renueve la política externa, puede dar un gran paso. El sureste se merece una oportunidad de crecer y no solo de recibir subsidios desde el centro. El nuevo gobierno tiene mayoría absoluta en las cámaras y, además, la mayor parte de los gobernadores de la región entran con enorme fuerza y bajo el manto protector del próximo presidente. No creo que en muchos años vuelva a repetirse una situación política tan favorable para echar una mano a la región menos favorecida y proyectar al país a Centroamérica. Si solo pudiese elegir una prioridad, yo sugeriría, humildemente, al presidente electo que opte por esa.

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