¿En qué momento pensó López Obrador que podía bajar la guardia? ¿Qué encuesta lo convenció de que podía dejar de disciplinarse? ¿A quién empezó a escuchar y a quién dejó de hacer caso? ¿Cuándo se relajó? ¿Por qué dedujo que ya podía confiarse? ¿Le costará?

No sé. Pero ya no veo al Andrés Manuel que, al arranque de las precampañas, hace apenas algunos meses, se mostraba disciplinado e incluyente, maduro y experimentado, que no ahuyentaba capitales, sino que conquistaba a los moderados, el que hizo que muchos empezaran a verlo sin el temor o la animadversión de otras elecciones.

De unas semanas para acá se ha mostrado el “viejo” López Obrador, si se me permite el término. Se alejó del ingenio y el buen humor, se apartó de la tolerancia, y retrocedió un camino avanzado para conquistar a un sector del electorado que no es de sus “duros”, pero que entre el hartazgo y la falta de opciones, coqueteaba con Morena.

En las últimas semanas AMLO se ha puesto del lado de la CNTE. Y no es que ese sector del electorado que empezaba a simpatizar con Morena esté fascinado con la reforma educativa de Peña Nieto, no. Pero sí rechaza con claridad que los maestros no den clases, paralicen las calles y se pongan violentos en sus manifestaciones.

Luego, López Obrador anunció que quería cancelar el nuevo aeropuerto. Y no es que ese sector del electorado que se acercaba a AMLO esté fascinado con la nueva terminal aérea, mucho menos que no sospeche que haya actos de corrupción, pero sí sabe que el nuevo aeropuerto urge, que ya está echado a andar y que revertirlo retrasa el desarrollo, manda una pésima señal a los mercados financieros, y eso deprime el crecimiento económico, sube el dólar y las tasas de interés, y frena el empleo.

Lo mismo con la reforma energética. No es que sean fanáticos de la apertura, pero temen que una determinación así mine el prestigio financiero mexicano en los grandes inversionistas, que valoran mucho qué tanto cumplen los países con su palabra.

Ni qué decir del control de precios, sea en los combustibles o en los granos. Todo mundo sabe que no hay dinero que alcance para subsidiar precios que están marcados internacionalmente, totalmente fuera del control de un solo país. Y que hacerlo puede representar un socavón en las finanzas públicas, y esto significa deuda, aumento en las tasas de interés, inflación…

Un López Obrador moderado mantiene a sus duros y conquista a nuevos seguidores. El López Obrador de antes apuesta sólo por los primeros. No sé cuántos sean lo que lo empezaban a ver con buenos ojos, pero sospecho que los está ahuyentando a patadas. No sé cuántos puntos porcentuales representen, pero me temo que este giro en el discurso aunado al nivel que marca en las encuestas puede detonar un poderoso activismo en su contra. Ya vimos que Slim puso la primera puya. Ni más ni menos.

López Obrador puede enmendar y aprovechar que sus rivales —un Meade marcado por el PRI y un Anaya desdibujado— no han capitalizado este giro de las últimas semanas. A ver qué pasa en el debate.

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