El domingo me despertaré temprano. Dedicaré algo de tiempo a la lectura, un poco de espacio al aliño personal y algo de calma al desayuno. Y ya arreglado, tranquilo de espíritu y con panza llena, saldré a votar.

Lo haré porque lo hago siempre: he votado en todas las elecciones a las que he sido convocado, desde 1991. Esta es mi décima elección federal y la quinta presidencial.

Pero, también, voy a votar para agradecerle a todos los que se levantaron antes que yo, a los vecinos que están allí, en alguna esquina o alguna escuela o algún negocio, montando urnas y mamparas, permitiendo que los demás tengamos casilla donde votar, al pie del cañón hasta bien entrada la noche, contando y recontando sufragios, llenando y rellenando actas.

Les digo de una vez que mi voto va a ser útil. Útil para mí: me va a servir para expresar mi pertenencia a esa comunidad imaginaria llamada México, para defender la democracia y las libertades públicas, para sentirme parte de algo mucho más grande que mi vida cotidiana.

Y, egoísta como soy, voy a utilizar mi voto de muchas otras maneras. Va a ser mi declaración de principios, mi expresión de valores, mi manotazo en la mesa, mi sistema de mensajería. Imperfecto, débil y con más interferencia que estación de AM bajo un túnel, pero mío.

Mi voto va a ser también mi abrazo metafórico para todos los que, en medio de la matazón y la tragedia, saldrán a hacer cola en la casilla allí donde salir a la calle puede ser actividad de alto riesgo. Allí en Apatzingán, Acapulco, Chilapa, Reynosa, Tijuana, León y tantos otros lugares más desfigurados por la violencia. ¿Cómo me podría ver al espejo si yo, en mi relativa seguridad chilanga y clasemediera, no hiciera lo mismo?

Por si les interesa, cuando la noche del domingo se cuenten los sufragios, el mío no va a estar en la bolsa de los ganadores. Ya les dije que mi voto para presidente será para una candidata que está en la boleta, pero no está en la contienda. Sí, a sabiendas de que eso significa anular mi voto. Lo hago como acto de congruencia y porque no me nace y no me sale y no quiero votar por ninguna de las cuatro alternativas disponibles. Ni por Anaya ni por AMLO ni por Meade ni por El Bronco. Y no insistan: a estas alturas del proceso, con estos años a cuestas, no me van a hacer cambiar de opinión.

Para diputados federales y senadores, optaré por darle más poder al Congreso y menos manga ancha al Presidente. Y en los demás cargos tenderé a inclinarme por las candidaturas independientes (cuando haya la opción). En una de esas, una biografía interesante de algún candidato o candidata de partido podría seducirme. O tal vez acabe anulando alguna otra boleta. No sé bien aún.

Entonces, para todo fin práctico, cuéntenme en las filas de los perdedores del domingo. No será ni la primera ni la última vez que me suceda. Y no importa: votar no es para ganar siempre. Es para sentirnos libres por unos cuantos instantes. Al menos así me he sentido yo cada vez que he depositado un voto en una urna y así me sentiré, creo y espero, el domingo por la mañana.

Que tengan buen día y buen voto.

, @ahope71

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