Otra vez la misma mierda, la fábula pueril que alecciona, el cuento de trama bicolor: los buenos y los malos, aunque también otros muchos, realmente muchos, pusilánimes, cretinos, pequeños.

Si somos lo que merecemos creo que el universo se ha pasado de bondadoso con nosotros, mereceríamos algo mucho peor dada nuestra incapacidad para levantar los ojos del ombligo propio, por nuestra jodida manía de convertir todo en un miserable debate entorno a nuestro ego.

No hay ninguna lección moral en la tragedia, ni ganancia política que pueda reposar sobre los cuerpos calcinados.

Tlahuelilpan es un macabro espejo de lo que somos, un esbozo en llamas del pueblo que escupe a sus autoridades y de las autoridades que le tienen pavor al pueblo ojete, trazos enlutados que nos pintan enteros en un boom.

Tlahuelilpan es la impunidad, es la ineptitud, es nuestra pasión desbordada por el desmadre, es la doble cara de asnos multicolor, esos de criterio flexible y genuflexo que rebuznan para donde les sople el viento en sus rabos, es el ping pong político que se lleva las investigaciones fuera de la mesa, Tlahuelilpan es una urdimbre de dramas, el de la pobreza, sí, pero también el que en el fondo hace todo para seguir igual, es una película del absurdo, un dibujo del kinder, del niño que berrea porque lo quiere todo sin hacer nada, del escuincle que se priva de coraje ante los padres, inútiles y alcahuetes, que terminan permitiendo todo con tal de asumir un problema.

Esas llamas nos recuerdan, con toda su fuerza, con toda su crueldad, que no hemos aprendido nada, ¿será porque tal vez ni siquiera nos interesa aprender algo?... Parece que el gatopardo basquea fuego.

¡Enhorabuena por el tesón contra el robo de combustible!, nadie cuestiona la determinación, aplausos hasta que se revienten los callos de tanto plas, plas, plas… ¿ya?

Hasta donde recuerdo, ninguna estrategia es dogma de fe, se vale pensar y se vale discernir, habría que buscar los saldos de las improvisaciones también en lo malo, más allá de vituperios tan borrachos que han perdido piso.

Que curioso, como dogma, como mantra, como si hubiera sido una precognición, la semana pasada una niña declamaba ¡morirán huachicoleros!

Y las focas aplauden.

 

Sí, otra vez la misma mierda.

 

DE COLOFÓN.— Entre el pueblo amnistiado “que se dedica a esas actividades por necesidad”, hubo un cuerpo calcinado junto a su pistola... y luego mataron a La Parca.

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