No es un lunes cualquiera. La rutina se ha calendarizado y la planeación semanal urge para todos los soldados de oficina, sin embargo, y nunca mejor dicho, después de la tormenta viene la calma. Tanto en la ciudad, con la lluvia que mantiene escandalizada a la población, como en el análisis del pasaje que vivimos ayer ante los alemanes.

Por cierto, mi intención no ha sido escribir por capítulos lo que pasa con la selección mexicana, pero pareciera que mis escritos se han empeñado en demostrar lo contrario. Justo hace una semana les hablaba de la ficción que mis pupilas descifraban en la televisión, donde Alemania perdía por un gol ante México hace 20 años.

El mismo en el que los teutones tuvieron la situación adversa más acercada a la de este domingo. No obstante su historia, su estatura, su camiseta y sus cuatro Copas del Mundo no influyeron en el encuentro reciente. La concentración, encendida durante todo el cotejo, generó una conexión táctica y técnica entre los once hidalgos que protegían el sudor de su sacrificio.

Tras la gesta producida, muchos han pedido disculpas por las críticas a los jugadores, por los señalamientos hacia los miembros del cuerpo técnico e incluso a los federativos. Honestamente no creo que la clemencia sea la consecuencia más racional, puesto que la mayoría de los comentarios negativos que se produjeron previo al arranque de la justa, fueron producto de dudosas actuaciones y malos funcionamientos –individuales y colectivos– dentro del campo de juego.

Más allá de haber cometido errores al emitir juicios sobre lo que sucedía con el equipo, se fabricaron opiniones producto de la impotencia que generaba la nula reacción del plantel en los distintos enfrentamientos que se trabajaron antes del Mundial.

¿Hubo personas que extraviaron el sentido común, o que crucificaron con el verbo a más de uno en la Selección? Sí.

Tal vez ellos sientan que el perdón suplicado sea obligatorio, pero hay otros que pensamos que el deber es para los infundados, para las víctimas de su palabra. Y sin afán de justificar a nadie, creo que el abismo te da la posibilidad de volver a plantear una situación, de pensar pacíficamente la manera de llegar a la superficie del mar para volver a respirar.

Osorio lo hizo. Aprendió, corrigió y, a diferencia de hace dos años en el que la vergüenza nos invadía, ahora el regocijo y el aplauso nos rigen, sola y exclusivamente por él. La única persona responsable que dio la cara después de la Copa América Centenario es la misma que construyó el mecanismo perfecto del telar.

No me cansaré de mencionarlo: el futbol da revanchas y la de México llegó ayer ante el escenario más incierto que cualquiera pudiera imaginar. Estoy seguro de que hubo personas que percibieron que los aztecas ganarían, pero con la misma certeza puedo afirmar que ninguno escudriñó la forma en que lo harían. Fue algo superior e impecable, la mejor actuación que he visto de un cuadro tricolor en mi corta vida.

La sensación que provoca un gol nacional, dadas las condiciones que se presentaron en el inicio del partido, es inolvidable y difícilmente comparable. Muchos despertamos hoy con la afonía digna de una celebración histórica, como si todos hubiéramos luchado por ver qué grito era más fuerte, por ver cuál duraba más. Un estado emocional que, como en la famosa película de Will Smith, llamo felicidad.

Múltiples historias rodean al ánimo que varios sentimos ayer, desde abuelos que vivieron para atestiguar la sufrida hazaña, hasta niños que a su corta edad han experimentado una dicha que podría ser irrepetible. Y ojalá me equivoque porque los seguidores frustrados y desilusionados necesitamos eso, que la esperanza vuelva a casa, al corazón.

En el futbol se han dicho centenares de frases que, a lo largo de la evolución de las patadas, se han conservado. Tal es el caso de una que descosió Gary Lineker, el ex-delantero inglés, hace más de veinte años: “El futbol es un deporte en el que juegan once contra once y en el que siempre gana Alemania. Pues bueno, supongo que el futuro siempre será desconocido, a diferencia del pasado que presume de comprensión, puesto que tenía que ser México la selección que refutara tal sentencia. Como dije, nada está escrito.

Aldo Casas.

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