El fin de semana pasado tuve la oportunidad de participar con mi familia en una de las tradiciones más originales y enriquecedoras de México, el Día de Muertos en el Pueblo Mágico de Pátzcuaro, Michoacán, en la festividad conocida como Noche de Ánimas.

La Aminecha Kejtzitakua, en purépecha, es una tradición ancestral que se realiza en las comunidades de la ribera del Lago de Pátzcuaro, en un ambiente de gran solemnidad y espiritualidad, que constituye una manifestación de respeto y veneración hacia las personas que físicamente ya no están y a los que se rinde culto mediante una ofrenda.

Durante esta noche se celebra y prepara el retorno transitorio a este mundo de los familiares y seres queridos fallecidos, a los que se facilita el tránsito de sus almas esparciendo pétalos de flores de cempasúchil y colocando velas y ofrendas a lo largo del camino que va desde su casa al cementerio.

En su forma actual esta tradición es producto de la fusión de las tradiciones prehispánica y occidental que se dio durante la época colonial. De ese período también es importante destacar la figura de Vasco de Quiroga, quien fue obispo de estas tierras hace más de 450 años y a quien todavía se le recuerda con un gran cariño y respeto.

Hoy el legado de Tata Vasco está más vigente que nunca, pues las obras sociales, las reformas económicas y medidas de inclusión e integración que promovió a favor de los indígenas de la época, constituyen un claro ejemplo de que es posible el entendimiento y colaboración entre diferentes formas de pensar y concebir al mundo.

Este legado y la celebración tan importante en que se ha convertido el Día de Muertos son motivo de inspiración a nivel mundial. De la experiencia vivida en este mismo lugar por el equipo de producción, salió la mayor parte de la inspiración para la película animada “Coco”, que por su belleza, originalidad y valores universales fue un rotundo éxito a nivel mundial.

Las festividades de Día de Muertos se han convertido, además, en una forma ideal de vinculación entre nuestras tradiciones, el turismo y el crecimiento económico de estas comunidades. Se estima que en un fin de semana como este se reciben entre 150 y 200 mil turistas que pueden generar ventas de artesanías por varios millones de pesos.

Lo anterior se traduce en oportunidades de desarrollo para prestadores de todo tipo de servicios turísticos, artesanos, cocineros y comunidades en general, que han encontrado una forma sustentable de crecimiento y de preservar y enriquecer su cultura y tradiciones.

Por razones como esta, da un enorme gusto ver el aumento en el número de visitantes nacionales y extranjeros, señal de que si bien aún hay pendientes, las acciones para mejorar la seguridad pública han rendido frutos, y no hemos dejado de desarrollar y mejorar la infraestructura turística.

Lo anterior, es también un recordatorio de lo importante que es mejorar la conectividad a través de un verdadero hub aeronáutico para el país. Los pueblos de la ribera del Lago de Pátzcuaro están entre los destinos que, al no tener la escala suficiente para soportar vuelos directos, dependen de una infraestructura de ese tipo para poder recibir turistas.

Quise compartir esta experiencia porque creo que estas celebraciones son una maravillosa muestra de lo que los mexicanos somos capaces de aportar para enriquecer el espíritu de las personas. Es inspirador ver a la gente, sin distinción de posición social, credos o ideologías, abrir la puerta de su casa a visitantes de todo el mundo para compartirles lo que somos.

Compartirles no sólo techo y comida, sino su cultura y tradiciones, que constituyen el mejor alimento para algo más importante, el espíritu. Ese mismo espíritu que necesitamos para no dejarnos llevar por las tentaciones de intolerancia y mantener la unidad entre mexicanos.

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