El pasado 1 de octubre en estas Historias de Reportero le revelé que el primer presidente en confirmar su presencia en la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador había sido el venezolano Nicolás Maduro. La columna se llamó AMLO no quiere que Maduro sea su padrino.

Explicaba que los mandatarios más importantes del mundo no habían confirmado su presencia, sobre todo porque la toma de posesión mexicana se empalmaba con la estratégica reunión del G-20 en Buenos Aires. Y que el gobierno electo de López Obrador no quería anunciar que el único confirmado fue Maduro. Así que decidieron esconderlo un rato.

El objetivo fue que tratara de pasar desapercibida la presencia del repudiado presidente. Así que soltaron primero una lista de mandatarios centroamericanos, y fueron así, por goteo, informando de personalidades y jefes de Estado que aceptaban venir. Pero Maduro estuvo confirmado desde un inicio. El futuro canciller Marcelo Ebrard y su equipo lo supieron desde septiembre, según me lo revelaron fuentes de alto nivel hace un mes.

En un último esfuerzo por esconder la visita de Maduro, trataron de anunciarla en fin de semana, a ver si pasaba por debajo de la mesa con el ciclo de noticias secuestrado por la consulta del aeropuerto. No lo lograron. La próxima visita del heredero del no menos controversial Hugo Chávez generó una ola de indignación que derivó en una exigencia pública para que el gobierno electo le diga que mejor no venga.

No es para menos: Nicolás Maduro ha sumergido a su país en una crisis económica tan profunda que en un lapso de meses han huido de su territorio millones de venezolanos, mientras encabeza un régimen dictatorial que oprime todas las libertades.

Pero en Morena tiene grandes defensores, encumbrados en la dirigencia del partido y el Congreso. Los videos de conocidos lopezobradoristas hablando maravillas de la dupla Chávez-Maduro circulan profusamente en redes sociales. Y en campaña, el hoy presidente electo López Obrador se negó hasta el cansancio a condenar las atrocidades de Chávez y Maduro, bajo el débil pretexto de que respeta lo que pasa en otros países.

Así que a juzgar por sus propias palabras, para el próximo presidente de México es más grave oponerse al aeropuerto de Santa Lucía que encarcelar opositores, disparar contra manifestantes, disolver al Congreso, tumbar a la Suprema Corte, perseguir a la Fiscal y dejar al país en una crisis económica que deriva en escasez generalizada de todo tipo de productos, una inflación de millones por ciento, una devaluación que ya obligó a quitarle cinco ceros a la moneda y la migración forzada de tres millones de personas en unos cuantos meses.

Menudo criterio.

Maduro, ya se vio, no es bienvenido. Bueno, salvo por el gobierno y los suyos.

SACIAMORBOS. El alud de irregularidades en la consulta impide darle una lectura clara a su resultado. Pero de eso hablaremos ampliamente mañana en este mismo espacio.

Google News