La campaña terminó. Andrés Manuel López Obrador ha dejado de ser el candidato antisistema y será el próximo presidente de todos los mexicanos.

La tercera es la vencida, dijo una y otra vez retomando el dicho popular. Y lo fue. Las dos anteriores, ante los resultados que lo marcaron derrotado, descalificó a la democracia mexicana, pero siguió jugando con sus reglas, con sus beneficios y sus baches, hasta que venció. En la victoria, se le debe exigir que rechace cualquier tentación de complacer a quienes quisieran desmantelar esa democracia.

Esas reglas le permitieron competir incluso con ventaja de presencia masiva y prolongada en televisión y radio, en spots y cobertura antes de la campaña.

Los medios de comunicación a los que denunció como plegados al sistema, le dieron, en tres oportunidades, amplia cobertura y espacio como nunca tuvo un candidato opositor en tiempos de la hegemonía priísta pre-alternancia.

El INE, al que declaró “árbitro vendido” tantas veces, condujo el proceso electoral en que triunfó. Los magistrados del Tribunal a los que llamó “traidores a la patria” seguramente lo validarán.

Aceptó y aprovechó el nutrido financiamiento público a los partidos que lo han postulado, considerado excesivo por la mayoría de los mexicanos.

Ante la posibilidad de su victoria, las cúpulas empresariales a las que caracterizó como minoría rapaz no sacaron su dinero del país ni renunciaron a seguir invirtiendo aquí, generando empleos.

A la mitad de lo que bautizó como mafia del poder la sumó a su movimiento y la otra mitad, que se quedó donde siempre, no dudó en reconocer la decisión de la sociedad de hacerlo presidente.

Los encuestadores a los que llamó corruptos y manipuladores cuando las preferencias no le favorecían, registraron su ventaja sostenida durante toda su tercera candidatura e incluso contribuyeron a asentar la percepción de que era irremontable.

Las Fuerzas Armadas a las que acusó de asesinas no salieron a reprimir a nadie para impedir su triunfo.

López Obrador, como se preveía, como resultó imposible de detener para sus rivales, ganó la elección presidencial. El relato de un país de buenos y malos, puros e impuros que le sirvió en el templete no debe seguir siendo explotado ya en la silla presidencial. El grueso de la sociedad no quiere polarización. Ojalá no caiga en la tentación de mantener el modo-campaña ya ejerciendo el poder. Su discurso de anoche da pistas.

No fueron las cúpulas partidistas, de las que el futuro presidente ha sido parte destacada, sino la lucha de la sociedad lo que hizo posible el régimen de pluralidad democrática que vivimos, imperfecto, con carencias y huecos, que se hacen más visibles por el comportamiento de una clase política de todos los colores dispuesta a sacar ventaja a cualquier costo. Pero el voto que obtuvo le da oportunidad de demostrar que funcionan sus propuestas para enfrentar los problemas del país.

No es un voto de renuncia a las libertades ganadas ni a la pluralidad. Si se ven amenazadas, la misma sociedad que las impulsó las defenderá.

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