Desde hace una semana un engañoso presentimiento de angustia rebotaba con frecuencia en mis conexiones neuronales, eso con respecto al desenlace que podría vivir el Atlético de San Luis en sus últimos cotejos de la temporada. Ideas que no me resultaban del todo cómodas.

El jueves se hizo efectivo ese sentir tras la derrota que sufrió la plantilla en Culiacán y sobre todo, después de observar como el conjunto potosino no pudo consolidar ninguna anotación a pesar de haber llegado con buen ritmo al arco rival. Bastante frustrante sin contemplar que no soy aficionado del San Luis.

Ayer al medio tiempo continuaban las malas sensaciones cuando los locales seguían sin concretar las opciones que se presentaban y, más aún, al recibir de nueva cuenta el primer tanto de la escuadra invitada al Alfonso Lastras. El suspiro rojiblanco que se presentó antes de finalizar la primera parte fue el adelanto de la ventolera anímica que llegaría. El resto del juego es historia.

Hoy escribo sin subirme a ninguna embarcación y sin capa alguna, pero sí con mi reconocimiento en la mano y con el mayor de los respetos que se merece el San Luis, porque supo cómo administrar la dirección de sus últimos cotejos dentro del campo.

Pudieron haber hecho más, o pudieron haber hecho menos. Al final hicieron lo que tenían que hacer y eso se traduce en ganar. Lo consumaron porque también a mí me consta: el impulso que desarrollaron los jugadores es de antología y más de 25 mil personas presentes y otros miles por televisión y radio también lo atestiguaron.

No obstante, no me retracto de nada de lo que dije durante el torneo y tampoco pediré disculpas porque los comentarios fueron lo más ecuánimes posibles, pero reconozco que el equipo fue resiliente y calló más de una boca.

Asimismo demostraron que entienden el planeta del futbol y que ante la crítica deben responder desde su trinchera y con un balón en el pie. Con total concentración y con ese deseo de superar los propios límites para implantar nuevos y fecundos márgenes.

Nada les puede interesar, pero para mí es un acto de gratitud hacia ustedes: ofrezco mi más honesta cortesía al equipo, porque eso también es amar el futbol, amar lo justo y amar al deporte. Un justo vencedor que generó los contrastes emocionales más radicales que un seguidor puede vivir en un solo partido de soccer.

Gracias por darle a esta ciudad una emoción como la de anoche. Histórica y memorable para los aficionados que siempre estuvieron contigo. Esos que nunca dejaron de apoyar son a los que más debes agradecer, porque sin ellos te volverías ese riego que nunca llega a la flor y que la vuelve marchita.

Así es como acaban la mayoría de los cuentos, con un desenlace agradable y con la felicidad de muchos. Solo que esta apenas fue una batalla, la siguiente vendrá dentro de 6 meses en la promoción del ascenso y, ténganlo por seguro, que ahí estaré para exigirles nuevamente.

Solo espero que aquellas palabras que arrojé en “La profecía de la Presa” se queden en el papel, pues como mencioné en esa ocasión, el inicio de la anécdota siempre es bueno pero con el final dramático y monstruoso que todos ya conocemos. Sin embargo, por ahora será mejor pensar que, al igual que en los relatos infantiles, los integrantes del plantel jugaron felices para siempre.

Aldo Casas.

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