Los espadartes representaban para los mexicas a cipactli, el “Monstruo de la tierra”, de manera que los sacerdotes los depositaban en un nivel intermedio dentro de las ofrendas, ya que al representar un cosmograma, debajo colocaban materiales vinculados simbólicamente al inframundo, al centro aquellos asociados a la tierra y en niveles superiores elementos relativos al mundo celeste.

Estas especies, que fueron altamente valorados por las culturas prehispánicas, entre ellas la mexica, fueron encontrados en ofrendas rituales a través del Proyecto Templo Mayor (PTM).

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Foto: INAH

En total se registraron 67 espadartes de pez sierra que estuvieron bajo tierra aproximadamente 500 años, dentro de cajas de piedra y en condiciones climáticas estables, se informó en un comunicado.

En el proyecto participaron los especialistas Adriana Sanromán Peyron y María Barajas Rocha, quien comentó que en el caso del Templo Mayor, al estar asentado en el centro de un lago, es un contexto de humedad constante que permite una mejor conservación de materiales de origen orgánico, caso de los cartílagos rostrales de peces sierra. No obstante, in situ se realizaban algunas labores para controlar cambios microclimáticos,

Adriana Sanromán Peyron, restauradora integrante del PTM, precisó que los restos recuperados en las excavaciones del PTM corresponden a las especies: Pristis pectinata (pez sierra de dientes pequeños) y Pristis pristis (pez sierra de dientes grandes, también conocidos como tiburón sierra, raya sierra o pez espada).

Dos de las cinco especies de estos animales marinos se hallan en peligro de extinción en todo el mundo, dada la facilidad de su captura pues habitan en aguas oceánicas someras. Destacó que en las dos últimas temporadas (la séptima y la octava) del proyecto se registraron los rostros y vértebras de por lo menos 15 ejemplares de peces sierra en una decena de depósitos rituales, localizados al pie de las escalinatas del Templo Mayor y que corresponden a los gobiernos de los tlatoani Ahuízotl (1486-1502) y Moctezuma (1502-1520).
 
Durante estos periodos de expansión del imperio mexica, su traslado hasta el centro de México  implicó un largo recorrido de entre 290 y 440 km, desde los litorales de los océanos Atlántico y Pacífico. Dado que los análisis han arrojado que los restos corresponden a organismos de tallas grandes (los individuos juveniles y adultos llegan a medir entre 4 y 5 metros), es posible que fueran traídos a Tenochtitlan ya cortados y tratados.

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El embalaje de los espadartes de pez sierra permitirá su manipulación en posteriores análisis. Foto: INAH

Sobre su conservación, Adriana Sanromán, profesora  de asignatura de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, comentó que “hoy en día sabemos que los espadartes pueden mantener su dureza por mucho tiempo después de secarse, sin embargo, los organismos de las excavaciones arqueológicas suelen hallarse sumamente frágiles debido a que los contextos en los que han permanecido enterrados durante casi 500 años afectaron su estabilidad.

Sanromán explicó que si bien el tratamiento aplicado a la conservación de cartílagos rostrales de peces sierra no ha variado en las cuatro décadas del Proyecto Templo Mayor, se está desarrollando un análisis de todas estas intervenciones, visto a largo plazo, bajo la consideración de que pueden existir materiales novedosos que resulten más compatibles con los materiales arqueológicos.

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