El historiador Guillermo Tovar de Teresa Ana Paula Gerard, secretaria técnica del gabinete económico de Carlos Salinas de Gortari y, años después, esposa del mandatario, fueron quienes invitaron al pintor Sergio Hernández a crear una obra para la colección de arte de Los Pinos.

Desde comienzos de los años 90, Tovar y Gerard le habían hablado al pintor de que el Estado debería adquirir obra para formar un patrimonio de su historia pictórica. Cuando en 1993 le volvieron a hacer la propuesta, le explicaron que uno de los curadores sería el propio Guillermo, hermano del entonces presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Rafael Tovar y de Teresa. Hernández pintó Lluvia de oro; le pagaron alrededor de 3 mil 500 dólares.

El artista Manuel Felguérez recuerda la llamada, pero no quién la hizo: “El señor Presidente quiere invitarlo a usted a que le pinte un cuadro para la residencia oficial de Los Pinos ¿Aceptaría?”. “Sí, con mucho gusto”, cuenta que respondió, y que luego le dijeron: “Le vamos a mandar la tela”.

Era 1993 y la presidencia de Carlos Salinas de Gortari convocó a 33 pintores a crear cuadros con el propósito de dotar la residencia de una colección; el argumento era dejar de usar en Los Pinos las obras de los museos de Bellas Artes. Fue una selección que daba cuenta de los “valores estéticos” de diversas generaciones; es lo que el mandatario escribió en el catálogo, Residencia Presidencial de Los PinosColección de Pintura, que contiene las pinturas de los 33 artistas nacidos entre comienzos de siglo XX y los años 50, así como un texto de Rafael Tovar (no dice quién hizo la curaduría). En la colección había una destacada presencia de los artistas de la Ruptura y de generaciones posteriores.

La promesa de Salinas y de Tovar —lo escribieron— era que la colección se iba a enriquecer. Pero vino uno de los años más convulsos para el país: firma del TLC, levantamiento del EZLN, asesinato de Luis Donado Colosio, y el tema nunca se retomó.

Tras la apertura de Los Pinos, el 1 de diciembre, en las distintas casas se vieron cuatro pinturas con la etiqueta “Colección Presidencia de la República”, y a partir de ahí medios de comunicación, artistas y legisladores han preguntado por las demás piezas. El 19 de diciembre, Presidencia y la Secretaría de Cultura, informaron que se lleva a cabo un inventario, y que todas las obras y bienes del acervo están a cargo de la Dirección de Bienes Muebles de la propia Presidencia.

Luego de la entrega-recepción, con el cambio de gobierno, Presidencia tenía 30 días para este informe, pero ha solicitado 15 días más para su integración. Algunas de las obras ya fueron ubicadas, pero la relación todavía no se ha hecho pública. Que se guardan en una bodega es lo que se ha dicho, pero en qué condiciones y dónde exactamente es todavía un misterio.

Al preguntarle a Sergio Hernández sobre la falta de respuesta al reclamo suyo y de otros artistas ante las autoridades de Cultura, el pintor asegura: “Lo que sí es lamentable es que una Secretaría de Cultura no conteste a las cartas de unos artistas pidiendo saber el lugar donde se encuentran estos cuadros. Esos cuadros deben aparecer. Pero ni nos informan ni dan acuse de recibo. Una Secretaria de Cultura debe responder, tener al tanto, tener al día, todo su patrimonio. Si desaparecen unos cuadros, al rato va a desaparecer la Coyolxauhqui. Seguramente no están organizados, seguramente la Secretaría no encuentra ni la dirección de Tlaxcala”.

La foto en Antropología. El 5 de noviembre de 1993, 27 de los 33 artistas invitados unos meses antes a pintar un cuadro, fueron convocados a una comida en el Museo Nacional de Antropología, y luego fueron llevados a Los Pinos donde, en un salón estaban colgados los cuadros; cada artista habló con el Presidente, se tomaron fotos, y el mandatario después dialogó con el grupo. Luego, Salinas se fue a inaugurar el Museo Papalote.

Fueron tres los artistas de Monterrey, recuerda Sylvia Ordóñez: Julio Galán, Enrique Canales y ella. “Nos avisaron tres meses antes; nos dieron las medidas, y ya. Que tenía que estar para tal fecha. Luego hubo una comida en el Museo Nacional de Antropología con todos los pintores y nos llevaron en autobús con el Presidente, que quería estar con los pintores. Supe después que mi cuadro estuvo en el comedor de Los Pinos”.

“Llegó gente de la Presidencia —cuenta Francisco Toledo— a solicitar un cuadro: ‘que Los Pinos necesitaba decorarse’”. Al pintor le advirtieron que no podía hacer algo que se prestara a la burla del Ejecutivo. Así lo relata: “Que tenía que ser algo que no fuera ofensivo al Presidente, creo que pensaban que si hacía un cuadro erótico y él se tomaba la foto y era una señora con las piernas abiertas, pues a lo mejor la gente se iba a reír del Presidente. Entonces pensé en hacer algo donde la gente realmente haga un chiste o se sonría, al menos, pues usted sabe, el expresidente en cuestión tiene orejas muy grandes —yo también, pero siempre se disimula con el pelo—. Se me ocurrió pintar un murciégalo con unas orejas muy grandes. Cuando entregué el cuadro, o no se dieron cuenta o no hicieron caso. Estaba colgado hasta arriba, casi en el techo, y no hubo oportunidad de que el Presidente se fotografiara con él”. “Sería bueno recuperar los cuadros”, dice Toledo y propone: “Si hay tantos visitantes, en Los Pinos, creo que se pueden dejar ahí, o mandar algunos a museos. Se deben recuperar”.

No recuerda cuánto le pagaron ni quién lo invitó, sólo tiene certeza de que era personal de Presidencia; no del INBA: “Voy a cumplir 80 años, la memoria no es tan buena y las orejas me siguen creciendo”.

En 1993 Vicente Rojo pasó enfermo varios meses. Su cuadro que se integró a esa colección —Códice VI — era una obra que había creado antes. “No pude colaborar con el proyecto original. Entonces me preguntaron que si no tenía un cuadro de esas medidas específicas, de buen tamaño, dije que sí, y lo adquirieron”.

Irma Palacios, quien pintó Huellas del camino, es otra de las artistas que en una carta reclamó a la actual Secretaría de Cultura información sobre dónde están las obras: “Aparentemente no ha pasado nada. No sabemos todavía”, dice la pintora y coincide con otros en la única indicación que le dieron en 1993 fue la de las medidas del cuadro: “Había varios tamaños, el mío era del mismo tamaño del de Toledo”. Ella tampoco recuerda cuánto le pagaron, pero sí que estuvo en la inauguración con su esposo, Francisco Castro Leñero, y con el hermano de éste, Miguel, que otro de los que pintó en la colección.

“Yo recuerdo muy poco”, dice Germán Venegas, quien en sus archivos halló la foto del grupo en el Museo. Su pintura se llama Nostalgia : “Es un tipo de obra que estuve haciendo a mediados de los años 90. No supe nada más de la obra a partir de qué se entregó a Los Pinos”.

A Eduardo Tamariz, autor de La ronda de la serpiente, le pareció una buena idea que crearan obras para Los Pinos; creía de tiempo atrás que los flashazos en las conferencias de prensa estaban dañando las pinturas. “Me pareció muy bueno regresar las obras a los museos, y mandar a hacer una colección para Los Pinos, y además con toda la libertad. En cada ceremonia en Los Pinos veía los cuadros, los reconocía, pero después de Fox no los vi más. Deben aparecer. No es una cosa que se arrumbe por ahí y que nadie se dé cuenta; eran de muy buen precio. Independiente de mí, había gente muy importante”.

Aunque algunos pintores tuvieron noticias de sus obras, en los últimos años no supieron nada de ellas. En Los Pinos hoy es posible ver las de Rafael Cauduro, Beatriz Ezbán, Humberto Urbán y Luis Nishizawa. Personal de la residencia informó que se han ubicado también las de José Chávez Morado y Juan Soriano. De las otras 27 aún no hay noticias.

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