De niña jugaba a hacer teatro. Ya luego, como actriz profesional, en alguna ocasión se quedó con poco dinero ante el desempleo. Hoy, Marina de Tavira se encuentra mediáticamente en los cuernos de la luna gracias a su trabajo en ROMA.

Proveniente de una familia con historia teatral, la nominada al Oscar en la categoría de Actriz de reparto por el filme de Alfonso Cuarón, comparte con EL UNIVERSAL algunas anécdotas de su carrera.

¿A qué jugabas de niña?

Tenía un juego con una prima mía, que ahora es bailarina, que se llamaba “Obra”, consistía en que cada una ensayaba 15 minutos una obra de teatro y luego nos la presentábamos entre nosotras. ¡Era nuestra fascinación! Y pues ¿quién no cantó en un cuarto, con un micrófono de mentiras?

¿Alguna vez pensaste en quitarte el apellido De Tavira para que no pesara a favor o en contra en el medio?

Nunca lo pensé, pero sí me cuestioné cuando entré a estudiar porque el director de la escuela era Luis de Tavira (su tío, dramaturgo y teórico del teatro) y en ese momento pensé que podía afectarme. Y él me dijo: “Vas a ver que será más difícil, no fácil, por tener este apellido, que consideren que lo que vas logrando sea por ti”.

¿Cuál ha sido el peor momento que has tenido en tu carrera? Diego Luna dice que él tuvo que, de niño, hacer teatro ante un auditorio vacío.

Muchas veces también di función para pocos espectadores, pero sabía que es parte de esto. Pero sí he tenido momentos de aridez por no tener trabajo, hubo un tiempo en que me fui a vivir a Francia porque tenía una beca para estudiar allá y, cuando regresé, no había nada. Me salvaron Las Buenrostro (película) y la Compañía Nacional de Teatro, que me llamaron para hacer Fotografía en la playa.

¿Has llegado, como Damián Alcázar, a tener tres pesos en el banco?

Tres, tres, no; pero sólo un poco más (risas).

¿Cuál es la pesadilla más recurrente que tienes?

Me pasa mucho que reestreno una obra y no estudié el texto, que ya va a ser el momento de entrar a escena y a parte no logras encontrar el vestuario. Es algo muy duro.

¿Lo más rudo que has hecho por un personaje? Hay quienes se ponen a dieta o que se cortan el cabello.

No ha sido algo tan externo pero si interiormente debes excavar en tus zonas más profundas y oscuras, dolores más ancestrales. Me cuesta mucho dejar a mis personajes, pero por ejemplo hice una obra que duraba cinco horas, Santa Juana de los Mataderos, de Bertolt Brecht, un personaje inspirado en Juana de Arco y siempre he pensado que ese tenía todo el valor que a mí me gustaría tener en la vida.

¿Qué es lo más chusco que te ha pasado en un trabajo?

Precisamente en Santa Juana de los Mataderos se tenía una escenografía enorme, espectacular, con unas escaleras que se movían y entonces entré a escena, me resbalé, quedé tirada en los escalones y me quedé ahí, como si esa fuera la posición del personaje (risas).

Siendo alguien que está en lugares con público, de pronto llegar a la alfombra del Festival de Venecia, con medios, con muchas cosas, debió enchinar la piel...

Esa fue la primera alfombra roja y es un festival con historia y tradición. Estaba con Yalitza (Aparicio) y Nancy (García, la traductora), nos volteamos a ver para decir: “¡ya no hay vuelta atrás!” Y he aprendido a disfrutarlas, (las alfombras) algo que no buscaba, en general, en mi carrera. No atendía esa parte y de pronto me ha tocado casi hacer un doctorado en ellas (risas).

¿Lista para el Oscar? ¿Quieres ganar?

Siempre tomo estas cosas con un gracias. Si sucede, bien, si no, con estar ahí sentadas, ganamos. No es algo que me esperara, entonces, honestamente, no tengo ninguna expectativa.

¿Y tras el Oscar, qué?

Regreso al teatro. ¡He estado viajando mucho y necesito un proyecto que me ancle! La obra se llama Tragaluz, de un dramaturgo británico y se va a hacer en la Casa del Teatro, el lugar donde estudié. Es regresar al teatro por amor a él. Lo que siga después no sé, tengo algunas propuestas que ando analizando.

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