A pesar del reiterado llamado gubernamental a permanecer en casa, Morgan recorrió ayer 650 kilómetros, desde su natal departamento alpino de Saboya, a París, para gritar: “¡Renuncia, Macron!”, en alusión al presidente francés Emmanuel Macron.

“Quedarme en casa no era opción, la familia no puede quedarse otro año sin regalos de Navidad”, dice a EL UNIVERSAL el trabajador de la construcción portando casco, bufanda y chaleco amarillo. “Había que estar aquí, en la capital, en donde se protegen desde lo alto los intereses de los más privilegiados”, agregó.

La cuarta jornada de protestas de los chalecos amarillos en Francia dejó un saldo, según el recuento de anoche del Ministerio del Interior, de al menos mil 723 detenidos, de los cuales quedaron bajo custodia mil 220. La mayoría tuvieron lugar en la capital, en donde la policía llevó a cabo más de 920 arrestos y sometió a custodia a 620 personas.

Se estima que hubo unos 264 heridos en todo el país, incluyendo 39 de las fuerzas del orden. Varios periodistas resultaron lesionados, entre ellos dos fotógrafos del diario Le Parisien. El ministro del Interior, Christophe Castaner, cifró en 125 mil los manifestantes.

El desempleado francés no forma parte de ningún sindicato, ni simpatiza con algún partido político; más bien se describe como miembro de un movimiento que arropa a inconformes y decepcionados, y que por segunda ocasión en lo que va del mes, se apoderó ayer de la famosa avenida Campos Elíseos para manifestar sus malestares y frustraciones.

Si la semana pasada se caracterizó por la violencia, el “Cuarto Acto” del llamado movimiento de los chalecos amarillos tuvo este sábado el sello de la diseminación. No sólo hubo disturbios, vandalismo, gas lacrimógeno y balas de caucho en las inmediaciones del Arco del Triunfo, también en la Plaza de la Bastilla y diversos sitios del noroeste de la ciudad.

Uno de los puntos rojos más difíciles de sofocar por parte de la policía fue frente a la estación de trenes Saint Lazare, localizada en el barrio de las grandes tiendas departamentales. Ahí hubo quienes gritaban consignas como: “¡Fin a los privilegios, el poder al pueblo!”, así como también enmascarados dispuestos a enfrentar con cohetes, adoquines y barricadas improvisadas a una policía apoyada por un vehículo antidisturbios con cañón de agua.

“¡Al demonio el sistema!”, gritaba uno de los protagonistas de la guerrilla urbana, grupo que formaba una clara minoría entre los chalecos amarillos, movimiento sin un líder definido y llamado así por el color de las prendas que llevan, y que en Francia los conductores tienen obligación de usar en carreteras.

Estoy muy satisfecha con el resultado de la movilización”, dijo a este diario la enfermera Lilia, quien vive en un suburbio de la capital. “No sólo la increíble respuesta a la convocatoria, sino porque pese a que cada uno de nosotros tiene problemas muy particulares, se siente un espíritu de unidad. Este gobierno ya no puede seguir ignorándonos”.

De acuerdo con la autoridad local, la concentración parisina reunió a unas 10 mil personas, por encima de las 8 mil estimadas el sábado anterior.

Después de nueve horas de protestas, París lentamente fue volviendo a la calma; aunque ya nada será igual, ha quedado marcada en sus calles una imagen que no se borrará.

Por primera vez en la historia, vehículos blindados de la gendarmería se hicieron presentes en varios puntos estratégicos de la capital, incluyendo los Campos Elíseos y Plaza de la Concordia.

El Primer Ministro Edouard Philippe justificó su uso invocando una "movilización excepcional" y el riesgo inminente de violencia. En total se movilizaron 89 mil elementos de las fuerzas de seguridad por todo el país, de los cuales 8 mil en París.

Los vehículos VBRG fueron adquiridos para ser usados fuera del país, principalmente en misiones de paz y de seguridad en el exterior por parte de las Fuerzas Armadas.

En su debut en territorio nacional, su misión fue disuasoria y de acompañamiento a las acciones policiacas, principalmente dirigidas a repeler a manifestantes violentos.

Las 12 unidades desplegadas estaban equipadas con torretas y cañones de expansión de gases lacrimógenos. Todo teniendo de fondo un escenario inaudito en periodo navideño, casi apocalíptico.

La Torre Eiffel, el Museo del Louvre y numerosos comercios permanecieron cerrados. Múltiples espectáculos y eventos deportivos fueron suspendidos o aplazados, al tiempo que algunos hoteles se atrincheraron tras barreras de hormigón, madera y cartón, temerosos de actos de pillaje. Hubo cortes a la circulación vial, el servicio de transporte público se vio severamente afectado, y las principales avenidas lucieron libres de vehículos estacionados.

Además de París, los chalecos amarillos se unieron a la marcha en Lyon, Burdeos, Toulouse, Nantes y Marsella. Igualmente hubo concentraciones en Lille y Rennes, aunque en estas ciudades no se reportaron choques de gran calado.

Los llamados del gobierno al diálogo no bastan. Los chalecos amarillos han evolucionado en una plataforma de protesta que se organiza a través de las redes sociales, no tiene líderes, ni portavoces, ni está apadrinado por un sindicato o partido.

Lo único que los une es la creciente desigualdad social, el rechazo a las reformas del gobierno de Macron, así como el malestar causado por medidas fiscales dirigidas a favorecer a los grupos de mayor poder económico.

El movimiento inició en respuesta a la propuesta gubernamental de aumentar los impuestos a los carburantes (iniciativa retirada la semana pasada); desde entonces, su pliego petitorio ha ido creciendo, sus reivindicaciones suman más de 40, desde un empleo digno hasta aumentar los impuestos a las grandes fortunas.

En Facebook se ha creado un nuevo evento titulado “Acto Cinco: renuncia Macron”, el cual podría tener lugar el 15 de diciembre. En su lanzamiento registraba 15 mil interesados y 2 mil 240 clics que asistirán.

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