Bruselas
La lista de escabrosos e indignantes relatos de niños acosados sexualmente por quienes decían ser las “guías de sus almas”, se multiplica al paso de los años sin que la Iglesia católica se muestre dispuesta a acabar con el cáncer que más la desacredita.

Miles de desgarradoras historias se pierden entre numerosos informes. En 2002 una investigación periodística ubicó en Boston a 87 sacerdotes responsables por abusar de cientos de menores durante tres décadas. El ahora ex sacerdote John Geoghan, fue señalado como el verdugo de más de 130 menores.

En Bélgica, en 2010, la comisión encabezada por el siquiatra Peter Adriaenssens recogió los testimonios de 475 víctimas de abusos cometidos entre 1960 y finales de los años 80; 13 de esos casos terminaron en suicidio.

Entre los papeles de Adriaenssens, un adulto narra el horror vivido durante su educación media (1974-1980), cuando a la edad de 13 años conoció a un religioso que se presentó como “el salvador del necesitado”.Un día, aquel “guía de almas” comenzó a abusar del menor, convirtiéndose en un criminal que se dedicó a mancillar su cuerpo, anular su mente y reprimir su conciencia. “El abuso duró hasta los 16 años de edad… Recuerdo su aroma, sus manos en mi cuello y mi cuerpo, mis manos sobre su pene abultado en el pantalón de cuadros blancos y negros, su rasposa barba, mi boca roja e irritada”, se lee en el texto.

En Holanda, Irlanda, Chile y Australia, entre otras latitudes, también hay páginas repletas de horrores y escalofriantes testimonios de acoso sexual e impunidad. Tan sólo este verano, un gran jurado de Pennsylvania publicó un documento de más de 900 páginas que reúne los testimonios de al menos un millar de víctimas de las agresiones sexuales cometidas por más de 300 sacerdotes durante los últimos 70 años.

En tanto que un reporte elaborado a solicitud de la Conferencia Episcopal alemana identificó 3 mil 677 casos de abusos sexuales cometidos por mil 670 miembros de esa institución eclesial entre 1946 y 2014.

“En Holanda, entre 20 mil y 40 mil niños fueron abusados al interior de la Iglesia católica de 1945 a 2010 [de acuerdo con un estudio de 2011]. A la fecha, menos de 4 mil víctimas se han atrevido a denunciar. Sí, los casos que conocemos son sólo la punta del iceberg”, dice a EL UNIVERSAL Maud Kips, quien forma parte del equipo jurídico de una plataforma de mujeres que atiende denuncias de menores abusados en la iglesia católica (VPKK, por sus siglas en neerlandés).

Una de las causas por las que sólo una de cada 10 víctimas se atreve a exhibir públicamente a sus abusadores es el hecho de que hablar en contra de la Iglesia sigue siendo un tabú, incluso en la liberal y tolerante Holanda.

Además se enfrentan a un mundo de negación, a un entorno social que no sabe cómo reaccionar cuando deciden hablar, así como al imperdonable paso del tiempo; muchos delitos han prescrito o los autores han muerto.

“Son muchas razones por las cuales las víctimas no denuncian a los responsables. Como ocurre con todas las víctimas de abuso sexual infantil, se les hace sentir culpables y avergonzados. Además, hablar sobre el trauma es doloroso y puede ser traumático en sí mismo si no se escucha enfáticamente”, explica Kips.

Como integrante de la fundación VPKK, la siquiatra Annemie Knibbe lleva años acompañando a víctimas en su reclamo de justicia.

En entrevista sostiene que la llegada del papa Francisco representó para muchas personas una luz de esperanza, aunque al paso de su pontificado ésta se ha ido apagando.

“Las víctimas continúan esperando que el papa Francisco actúe, que inicien procedimientos contra los responsables y enfrente a quienes fueron cómplices. Desafortunadamente no está actuando, por el contrario los está protegiendo como en el caso de Chile”, lamenta. “Lo único que hace es pedirle a las víctimas que recen cuándo lo que necesitan es justicia”.

Afirma que el Pontífice debería escuchar los reclamos de las víctimas y proceder en consecuencia. Una señal de determinación sería cooperar con las instancias de la Organización de Naciones Unidas (ONU), como el Comité de los Derechos del Niño, abriendo los archivos del Vaticano de conformidad con la solicitud formulada en 2014.

Debería actuar con la misma convicción que tenía en su encíclica sobre el clima y el medio ambiente; o como lo ha hecho en cuestiones de seguridad y paz, continúa.

“La Iglesia realmente podría haber cambiado. Es muy triste que esto esté sucediendo con la mayor autoridad moral en el mundo.

“No espero que la Iglesia tenga el poder moral para poner en marcha el proceso que se necesita para hacer justicia. Me queda claro que no habrá justicia sin presiones externas, judiciales o políticas”, expone Knibbe.

Agrega que el camino a seguir es el de Pennsylvania. Señala que cuando un procurador general se compromete a investigar una organización por abuso sexual infantil, como en ese caso, se abren archivos secretos, se convocan testigos bajo juramento y los tribunales civiles intervienen para juzgar a los clérigos conforme a la gravedad del delito.

“Sabemos que esto no puede dejarse sólo en manos de la iglesia, se necesita presión externa para investigar los hechos”, insiste.

En cuanto a las víctimas, señala que muchas seguirán viviendo en el silencio en tanto las comunidades en las que viven no generen las condiciones para hablar con dignidad.

Sobre aquellas que han decidido alzar la voz, asevera que la Iglesia católica no puede ofrecerles el perdón sin antes reconocer los hechos, castigar a los responsables y compensarles por los daños infligidos.

“El reconocimiento es una condición previa para el perdón y la reconciliación. Las víctimas merecen la perspectiva de la justicia y la compensación. Si esto les resulta convincente, es probable que se pueda llegar al perdón, como parte de un proceso interno de las propias víctimas”.

“Las organizaciones responsables de rendir cuentas todavía le deben a las víctimas el haber aprendido del pasado para un mejor futuro”, concluye Knibbe.

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