Tlahuelilpan.— Misael tiene 17 años, uno más desde que quedó huérfano y al frente de una familia formada por su esposa y su hija, además de sus dos hermanos. De estatura baja, representa menos edad, pero ha tenido que crecer a fuerza de la tragedia, al igual que 98 menores más, quienes quedaron huérfanos tras la  el viernes 18 de enero de 2019.

Misael recuerda que ese día, con apenas una sudadera para atajarse el frío, buscaba a su madre, a su tía y a su primo, iba de arriba para abajo hurgando en las listas un nombre: Carina Ugalde Quirino, y preguntando ¿la han visto? Pasaron 108 días para que apareciera, pero la encontró muerta.

Al hacer un recuento de su vida señala: “No me he portado mal para que me haya pasado todo esto”. La vida de Misael no ha sido fácil. A los cinco años conoció la adversidad, cuando su padre los abandonó. Un año después su papá regresó al hogar pero nada fue igual. Seis años más tarde, lo perdió para siempre, pues fue asesinado.

Sin poder contener las lágrimas recuerda que tenía 13 años cuando mataron a su padre. Por un tiempo siguió sus estudios, pero al ser el hermano mayor, se convirtió en el hombre de la casa. Terminó el primer año de preparatoria y ya no regresó a la escuela, porque comenzó a trabajar para apoyar a su madre y sus dos hermanos.

Además, se casó, y cuando tenía 16 años nació su hija.

Los presentimientos

El 18 de enero de 2019, Misael se encontraba en el centro del municipio cuando recibió una llamada en el celular, era su mamá: “Enojada me preguntó: ‘¿Dónde estas?’, yo le respondí que en el centro”.

“Eran las seis de la tarde, lo recuerdo muy bien, ella estaba enojada y me dijo: ‘Necesito que te vengas a la casa, hay gasolina y quiero que vayamos a ver si podemos traer algo para la camioneta’, yo ya presentía algo, sentía en el pecho como un hueco y le dije que no, que no iba a ir y le pedí que no fuera. No me hizo caso y ahora está muerta”.

Recuerda que luego de la llamada se fue a su casa en la comunidad de El Cerro de la Cruz, y a los pocos minutos se enteró de la explosión. “Tomé mi bicicleta y me fui a buscarla, en todo el camino se escuchaban las ambulancias, la gente  gritaba y corría y yo sólo sentía que se me salía el corazón”.

El joven comenta que al llegar al alfalfar ya estaban los soldados y los policías. Comenta que ya todo estaba cercado, pero logró meterse al sitio del accidente. “Ahí lo que vi nunca se me va a olvidar, había mucha gente muerta, irreconocible, todos calcinados, vi niños muertos”, dice que por días esas imágenes no lo dejaron dormir.

Su madre no apareció en las listas, tampoco en los hospitales. Ella fue parte de los más de 60 cuerpos que tuvieron que ser sometidos a pruebas de ADN, y fue hasta el 5 de mayo cuando les avisaron que había sido identificada.

La vida sigue

Así, de la noche a la mañana, Misael y sus hermanos, uno de ocho años y otro de 12, se quedaron huérfanos de padre y madre, lo que siguió fue una lucha contra su propia familia: sus abuelos y tíos querían quedarse con la patria potestad de sus hermanos, pero Misael estaba decidido a hacerse cargo de ellos y también de su pequeña hija y de su esposa.

Misael trabaja como albañil, le pagan 250 pesos al día, con eso y una beca de estudios que recibe su hermano pasan la vida.

Este año no ha sido fácil, pero vamos a salir adelante. Lo más difícil, asegura, no es el hambre, la soledad o el haber dejado sus sueños de ser abogado, tampoco la carga que tiene sobre sus hombros, “lo más difícil es el momento en que nos acordamos de mi mamá. Al momento en que mis hermanos dicen: ‘¿Te acuerdas de mi mamá, de cómo cocinaba, de lo que nos decía?’, ahí, al no tener palabras para responder a unos niños —dice Misael—, eso es lo más difícil”.

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