Los libros llegan a nuestras vidas de distintas formas. En mi librero había estado por años, desde el 2012, uno pequeño, de menos de cien páginas que nunca había leído. Ese año, por razones que me gusta llamar “azares del destino”, asistí a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) que enmarcaba el 2° Congreso Internacional de Correctores de Texto en Español. ¡Quién se habría podido negar esa oportunidad! Además de rodearme de libros de todas clases, tuve el privilegio de conocer colegas originarios de todas partes.

La complicidad surgió naturalmente, y la camaradería lectora y correctora se respiraba por cada rincón de la FIL. Como primeriza que era, pedía sugerencias a todos respecto a todo. Mientras estábamos en el módulo de ediciones Era, una chica, Ruth, a quien se puede encontrar en la librería El Astillero, en Torreón, me dijo como de pasada “Mira, te recomiendo este”. Así, sin más. No me dijo que era una maravilla ni de qué se trataba. Lo tomé, lo pagué y lo dejé en mi librero intacto desde ese año.

Después de la lectura de varios títulos clasificados como “clásicos” en lo que va de este año (por mi empeño en conocer más), decidí pausar esta línea y probar otra cosa. ¡Vaya sorpresa que me he llevado! El ángel de Nicolás fue publicado en 2003 por ediciones Era, bajo la autoría de Verónica Murguía (Ciudad de México, 1960), quien estudió historia en la UNAM, es maestra de literatura y forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Cuenta también con las novelas Auliya y El fuego verde, además de algunos libros infantiles. La voz de la escritora, fluyó pausadamente a través de sus palabras apenas y comencé a leerlo. Corrijo: no lo leí, ella misma lo ha recitado para mí solita en la intimidad de mis lecturas.

El libro se conforma siete pequeños cuentos, pero no por pequeños dejan de ser épicos. Cada uno se ocupa de narrar un mito histórico, tanto de Oriente como de Occidente. Uno de ellos, “El idioma del Paraíso”, toma la historia de Federico II, llamado “stupor mundi”, y su deseo por descubrir cuál sería el verdadero idioma de Dios; para lo cual sometió a un experimento a un recién nacido, al cual nadie debería dirigirle ni una palabra, bajo pena de muerte, para que, en algún punto, el infante se expresara a través de la lengua que Dios había elegido. El experimento, obviamente, fue un fracaso. Pero, según el relato de Verónica, el único que nunca aprendió a comunicarse con sus semejantes, a pesar de hablar nueve idiomas, fue el monarca, que desconoció siempre el idioma de la humanidad, contrario a los demás personajes del relato, cuya humanidad se desborda gracias al arte de Verónica.

Otro relato, “Mutanabbi”, retrata los rasgos más humanos y vulnerables del poeta abasí, quien, al lado de su hijo, experimenta durante largos años una vida de huidas y enfrentamientos con enemigos, cuando en su interior sabe que sus innumerables luchas por su tierra no llenan su espíritu, como sí lo hacen los versos que escribió con amor y la esperanza de encender en los corazones de otros guerreros jóvenes la misma inquietud de defender lo suyo. Cuando la vida le plantea una última aventura, dispuesto a morir sin la pasión que antes lo invadía, sus oídos se llenan de las palabras que arrecian su corazón.

En “La piedra” y “La mujer de Lot”, la autora nos lleva a los relatos bíblicos de Salomé y de Sodoma y Gomorra, respectivamente. En el primero, de una forma magistral logra construir todo un circunloquio alrededor de la historia de Salomé, Herodes, Herodías y Juan el Bautista. Retrata a los personajes de tal forma, que cuesta trabajo pensarlos en las Sagradas Escrituras, y le da a Juan tal aspecto iracundo y juzgador, que parece difícil que profetizara la llegada del Salvador, contrario al castigo inminente de los adúlteros. Al final, él pierde la cabeza, pero su palabra perdura, y los celos de Salomé y la lujuria de Herodes caerán sobre ellos por su propio peso.

Alrededor del otro relato bíblico, logra crear un ambiente más de romanticismo que de pecado y perversión en la castigada ciudad de Sodoma. La presencia de Dios no falta, y el castigo será tal cual se nos ha planteado en la Biblia, pero son el amor verdadero y la nostalgia por la vida, las razones del trágico final de la mujer que echó la vista hacia sus recuerdos.

La negativa del caudillo Radbod a bautizarse dentro del catolicismo, que replantea el concepto de honorabilidad a los suyos, así como el mito griego de Marsias y Apolo, están incluidos en esta obra literaria que hace que el lector se quede pidiendo más. Las historias “alternativas” que propone la autora están tan bien hiladas, que uno podría afirmar que se trata en realidad de su versión más verdadera, además de humana, aunque de mitos se trate. Al final, terminan todos ofreciendo una explicación para esos conflictos que los hombres y mujeres, desde el inicio de la Historia, buscamos intensamente resolver.

Me gustaría pensar que los hilos de la vida fueron urdidos de tal manera, que este libro de apariencia sencilla, pero que esconde tesoros tan grandes, hubiera aguardado él a mí pacientemente hasta el día en que se cumpliera mi misión de leerlo y vivir a través de sus palabras las maravillosas historias de esos personajes con los que fácilmente podemos identificarnos.

Este texto fue publicado en el número once de la revista literaria Los testigos de Madigan, que puede leerse .

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