En mi vida he visto muchos “informes” de gobierno. El de ayer en el zócalo fue uno más. Conmemorativo del primer aniversario de la victoria electoral del presidente López Obrador, fue como los de los mandatarios priistas y panistas que lo antecedieron: el retrato de un gobierno de ensueño, que no comete errores, que no tiene tropiezos, triunfalista hasta el extremo en el que la realidad incómoda se borra del discurso y sólo tienen cabida las acciones emprendidas, las instrucciones giradas, los programas iniciados, los beneficios otorgados.

La única diferencia es que fue a zócalo abierto. Es el escenario donde se siente más cómodo este presidente. Con la gente, su gente. Acarreados muchos: las calles aledañas a la Plaza de la Constitución, con filas de camiones. Desalojados todos los vendedores ambulantes, excepto los que ofrecieran mercancías con la imagen del presidente.

El presidente bombardeó con puras maravillas de su gobierno. Después de 80 minutos consecutivos de autoelogios remató: “les expreso con sinceridad que me siento optimista”. A esas alturas ya había quedado claro.

Hubo espacio para el reparto de novillonas y sementales, y del camino Tayoltita-San Ignacio que ya se está haciendo, pero nada sobre cómo las ejecuciones están en niveles récord, nada de cómo han subido los secuestros y la delincuencia está peor que nunca, según datos oficiales.

Nada dijo el presidente de que el crecimiento económico está en números rojos, que la inversión está frenada, que el empleo cayó 88%, que la tasa de interés está muy alta. No habló de la desconfianza de los inversionistas sobre Pemex ni de que le han bajado las calificaciones crediticias al país. Tampoco de que los pronósticos de crecimiento se recortan mes a mes en una espiral preocupante.

Nada se dijo de las clínicas urbanas que desaparecen, del desabasto de medicinas, del sargazo contra el que no han podido. No aparecieron las afectadas por el cierre de las estancias infantiles ni quienes dejaron de recibir los apoyos de siempre y no han recibido los que promete la nueva administración. Ni una palabra sobre los comedores comunitarios. Ya no se escuchó aquello de que aceptaremos todas las recomendaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, porque esa promesa tampoco pasó la prueba del año. Nada del viraje en la política migratoria.

De la parálisis económica, la violencia desatada y la crisis en el sector salud, el presidente habló 14 segundos, de un total de una hora y veinticinco minutos de discurso.

Tiene varias cosas para presumir el presidente López Obrador. Las enlistamos ayer en estas Historias de Reportero. Pero él dice que es diferente, que no es igual a los de antes, lo de ayer fue la repetición de un tipo de discurso que se agotó hace tiempo.

Andrés Manuel López Obrador, poseedor del don de despertar los sentimientos más encendidos y apasionados con sus palabras en la plaza, logró algo que parecía imposible en él: volverse tedioso, repetitivo, aburrido, acartonado, como cualquier informe de cualquier presidente en cualquier momento del tiempo.

SACIAMORBOS. Interesante disyuntiva la que se le presenta al gobierno federal con el caso MexLub-Bardahl. Inclinarse a favor de los amigos de Fox o inclinarse a favor de los amigos de Calderón y Peña Nieto. El polémico caso tuvo claros bandazos conforme se iban sucediendo los sexenios.

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