Dentro de menos de un mes, millones de mexicanos nos encontraremos, en medio de una contingencia sanitaria, formados para ejercer uno de nuestros más valiosos y trascendentales derechos: el voto.

La situación no podría ser más peliaguda, porque además de la pandemia que está lejos de acabar en nuestro país, los ciudadanos estamos polarizados políticamente como en pocas ocasiones se ha visto, y la oferta no nos la pone fácil, porque las opciones del menú son muchas, dan la pinta de ser distintas (pero no lo son) y ninguna termina de convencernos.

El México fifí se enfrentará al México chairo porque así lo ha querido el Presidente, quien no ha hecho sino tomar el papel de víctima, enaltecer los disque valores de su transformación de cuarta y buscar formas de hacer lo que le dé su tabasqueña gana. Mientras todavía hay muchos que tienen una fe ciega en el partido de la más racista y populista demagogia, todos los otros haremos lo que esté en nuestras manos por meterle la zancadilla con las paupérrimas opciones que se nos han puesto enfrente.

Ni la Constitución ni el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales evitan que una tanda de payasos se postule a puestos de elección popular, por eso tenemos que conformarnos con “nuestros” candidatos. Para empezar, son los candidatos de los partidos, no de los ciudadanos. No se les pide como requisito tener un mínimo grado académico, haber estudiado siquiera alguna carrera apegada a las leyes o a la administración pública, no se les limita en caso de haber estado en la cárcel o ser objeto de investigaciones criminales, no se les limita su participación a pesar de tener claros nexos con el crimen organizado, no se les implica en los obvios delitos electorales de compra de voto que han sido destapados por todas partes. Los requisitos, lineamientos y obligaciones de los candidatos a cualquier puesto de elección popular cuyos beneficios económicos serán, todos los sabemos, enormes, deberían estar mucho mejor delimitados por los instrumentos legales del país.

Por todo México se ven “artistas” postulados, candidatos que salen de ataúdes, idiotas que se tiran de puentes a ríos para demostrar sepa la bola qué, encargadas de gestionar la pandemia en un estado y haberlo hecho terrible, un combo de candidatos que la hace de plomeros, gente con apariencia poco inteligente que canta y baila a cambio del voto ciudadano. De quién sabe cuántos partidos, las propuestas son ayudas directas para mujeres, ayudas directas para jóvenes, ayudas directas para el que se forme primero. No queremos ayudas directas hijas del México paternalista, queremos trabajos fijos con buenas condiciones laborales.

No hay propuestas sólidas, inteligentes, sustentables, dignas del México del siglo XXI que parece que se quedó a mediados del XX, pero peor. Todos los candidatos tratan de asegurarse por un lado a los motociclistas, por otro a las mujeres, por otro a los niños que quieren animalitos sanos y salvos. Pero nada es real. Todo esto, la vida política en México, se ha convertido en una distopía región 4 de la cual no parece haber salida, y la decisión está en manos de millones de personas con bajo nivel educativo, nula capacidad de análisis y un alto grado de querer recibir todo ya hecho.

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