El presidente implacable contra la corrupción, el que no ha tenido miedo de enfrentar todos los intereses y a los políticos del viejo sistema prianista, el que no soporta a los “delincuentes de cuello blanco” y enfrentó a la mafia del huachicol dentro y fuera de Pemex, el que no le teme ni siquiera al coronavirus y lucha todos los días con las resistencias y las conspiraciones de sus adversarios —los “conservadores”— que quieren que le vaya mal a su gobierno, solo se ha doblegado y enternecido ante dos apellidos que parecen producirle debilidad muy especial: Guzmán Loera.

Primero fue el contacto con la madre de Joaquín Guzmán Loera, vía epistolar en febrero de 2019. En la primera de 3 cartas que le ha enviado, María del Consuelo Loera le pedía ayuda para algo que, López Obrador debió saber, era imposible: la repatriación de su hijo de Estados Unidos. Luego otra carta de la nonagenaria en julio del mismo año y la designación de sus dos abogados, José Luis Meza y Juan Pablo Badillo —los que defendieron al Chapo— para que fueran apoyados por cuatro oficinas federales: Gobernación, Relaciones Exteriores, Hacienda y la Fiscalía General de la República, para conseguir su objetivo, además de tramitarle una “visa humanitaria” a la madre del Chapo. Finalmente fue la carta de ayer, 29 de marzo, donde le informa del fracaso de las negociaciones y le insiste que la ayude para ver a su hijo que “tengo más de 5 años sin verlo”.

La segunda vez que ayudó, directa o indirectamente a la familia del Chapo fue en octubre de 2019,  con la cuestionada liberación de Ovidio Guzmán López, el menor de los hijos del capo sinaloense, que estando ya detenido por soldados de élite del Ejército mexicano, fue liberado por una orden presidencial que obligó a los militares a rendirse, ante la sublevación de las fuerzas armadas del Cártel de Sinaloa que tomaron el control de la ciudad de Culiacán, liberaron 55 reos y amenazaron con asesinar a los soldados y sus familias en la Unidad Habitacional Militar de la capital sinaloense.

Curiosamente en ambas ocasiones, ante los fuertes cuestionamientos que ha desatado dentro y fuera de México, el presidente ha invocado las mismas razones para justificar su actuación, que de un modo otro beneficia a la familia de Guzmán Loera: “fue por razones humanitarias”, ha dicho López Obrador, tanto cuando se rindió ante las amenazas del Cártel de Sinaloa y les regresó a Ovidio doblegando al propio Ejército mexicano, como cuando le preguntaron por qué saludaba y ayudaba a la mamá de Joaquín Guzmán y a sus abogados. “Estoy convencido que fue buena la decisión de frenar, de detener el operativo (y entregar a Ovidio) porque se protegió la vida de las personas”, dijo el 19 de noviembre de 2019 sobre el “Culiacanazo”, mientras que ayer comentó: “Es una señora de 92 años, y ya dije, la peste funesta es la corrupción, no un adulto mayor, que merece todo mi respeto independiente de quien sea su hijo. Y lo seguiría haciendo… ¿cómo le voy a dejar la mano tendida?... es muy díficil humanamente”.

Pero no sólo la familia, también la condena de cadena perpetua que le fue dictada al Chapo Guzmán por un Juez Federal de Nueva York el pasado 17 de julio, conmovió al presidente López Obrador: “Yo lamento mucho que se den estos casos.

Yo no quiero que nadie esté en la cárcel cuando todas estas cosas que suceden terminan en condenas como ésta, una condena a estar de por vida en una cárcel hostil, dura, inhumana, pues sí conmueve”, dijo al conocerse que Joaquín Guzmán Loera pasaría el resto de su vida en una cárcel estadunidense.

El argumento de “humanidad” que invoca López Obrador para apoyar y ayudar de la manera en que lo ha hecho a la señora Loera puede entenderse, pero no alcanza para explicar por qué a ella sí, el presidente la ayuda, la saluda de mano y le ofrece todo el apoyo de su gobierno para ayudarla a que vea a su hijo —por cierto uno de los delincuentes más violentos y sanguinarios que ha habido en México— y por qué no a todas las madres de hijos encarcelados, asesinados o desaparecidos que hay en México. Vaya, según la última cifra de la Segob, hay en México 61 mil 637 personas desaparecidas y muchas de ellas tienen madres que aún los buscan desconsoladas, descorazonadas y sin ayuda del gobierno. O simplemente en el sistema penitenciario federal de EU hay en este momento casi 20 mil mexicanos presos, más otros varios miles que tienen en las cárceles estatales. ¿A todas esas madres desoladas, muchas de ellas también adultas mayores,  las va a ayudar el presidente o ellas y sus hijos no lo conmueven como El Chapo Guzmán y su mamá?

Nadie puede especular que un presidente honesto, como sin duda lo es López Obrador, tenga algún tipo de vínculo con un grupo delincuencial como el  poderoso Cártel de Sinaloa, pero si a todas esas expresiones “humanitarias” y de solidaridad del presidente para con la familia Guzmán Loera, le sumamos lo que menciona el hijo del Mayo Zambada, Vicente Zambada Loera El Vicentillo, en el diario que le atribuye el libro El Traidor, de Anabel Hernández: que el nombre de El Mayo y el Cártel de Sinaloa no aparecen en el discurso de la 4T, entonces hay razones para la duda y la pregunta: ¿qué hay detrás de tanta comprensión y bonhomía de Andrés Manuel López Obrador hacia los sanguinarios capos sinaloeneses? ¿es sólo humanidad o es más bien debilidad?

Por lo pronto, mientras no haya explicaciones más convicentes sobre la actitud presidencial, solo queda concluir que, además de trasnacional, el Cártel de Sinaloa ha resultado “transpartidista y tránsideológico”, pues no sólo nació, creció y se consolidó en el régimen del PRI, para después volverse en los dos sexenios del PAN la organización de narcotráfico más poderosa del mundo y El Chapo Guzmán el capo más buscado del mundo, sino que ahora en tiempos de la 4T al parecer esa organización sigue contando, al menos con el buen ánimo y la “humanidad” del presidente López Obrador. Ahora sí, que parafraseando al clásico que alguna vez citó lo de su plumaje que no se mancha, el cártel sinaloense transitó del neoliberalismo a la 4T sin perder una sola pluma.

NOTAS INDISCRETAS...

Cerca de 10 integrantes del gabinete que acudieron ayer a la reunión mañanera en Palacio Nacional que en estos días se usa para analizar el tema del coronavirus, fueron testigos del tremendo regaño que le puso el presidente López Obrador al secretario de Hacienda, Arturo Herrera. La razón, cuentan testigos que estuvieron en la reunión, fue porque cuando el presidente preguntó por la compra de ventiladores que se requieren para la emergencia sanitaria, Herrera le dijo que no habían podido comprarlos “por complicaciones administrativas” y por un tema de “facturas en otros países” y que cuando lograron resolverlo ya ni había disponibilidad en el mercado internacional. El presidente, cuentan, montó en cólera y le reclamó en tono muy fuerte al titular de Hacienda que no hayan entendido que esto era una emergencia y que tenían que hacer la compra como hubiera sido. Fue tan fuerte el regaño que varios de los secretarios que estuvieron presentes dicen que se sintieron tan incómodos porque pocas veces habían visto a López Obrador tan enojado con un colaborador. Y es que el problema es que México sólo tiene en estos momentos 5 mil ventiladores y la proyección más conservadora habla de que se requerirían más de 20 mil respiradores para la fase más crítica del Covid-19. Según un oficio de la Coordinación Nacional de Institutos Nacionales y Hospitales de Alta Especialidad de la Secretaría de Salud, su titular Gustavo Reyes Terán solicitó desde el 9 de marzo la compra de ventiladores y otros insumos y medicamentos además de la contratación de personal médico y de apoyo para la “reconversión” de 11 hospitales que serían los encargados de atender la pandemia de Covid-19. Si por “complicaciones administrativas” no los adqurieron, la molestia del presidente y el regaño a Arturo Herrera estaría más que justificado...Los dados mandan Escalera doble. Subimos

sgarciasoto@hotmail.com

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