Después de su arrollador triunfo hace un año, hay la tentación de ver en comicios posteriores un referéndum sobre AMLO y su gestión. Es cierto que una elección local siempre tiene un componente nacional que puede atribuirse a la economía y a la inseguridad del país, a la popularidad presidencial o a una combinación de esos y más factores. Sin embargo, es un error asumir o esperar que las preferencias electorales “se congelen” entre un año y otro, entre la elección presidencial y las subsecuentes. Como lo muestra la existencia del voto dividido, las preferencias electorales cambian aun en comicios celebrados en el mismo día y horario.

La razón es elemental: los candidatos importan. Como es notorio desde hace décadas, cuando un personaje atractivo, como AMLO o Vicente Fox, no aparece en la boleta el apoyo para su partido cae dramáticamente. Si AMLO obtuvo 36% de los votos en 2006, para 2009 el PRD obtuvo 13 por ciento. En Baja California y Puebla, entidades que eligieron gobernador hace unos días, se observa un patrón similar desde hace varios años. En 2006, AMLO obtuvo 24 por ciento de los votos en B.C., mientras que al año siguiente el candidato a gobernador del PRD obtuvo únicamente 2 por ciento. En 2009 el respaldo al PRD fue de un dígito (en 2013 el sol azteca fue en coalición con el PAN por lo que no es posible estimar su fuerza individual).

Del mismo modo, en la ciudad de Puebla, Felipe Calderón ganó con 46% de apoyo, seguido por AMLO (32%) y Madrazo (17%). Un año después, en la elección para alcalde, Blanca Alcalá obtuvo la victoria para el PRI con 51% de los votos. El PRD recibió únicamente 5 por ciento. El PRD, al igual que Morena hoy, tenía ADN lopezobradorista pero su suerte cambiaba si AMLO no estaba en la boleta.

La volatilidad entre una elección y otra es clara. Es una consecuencia de que los candidatos importen y signo de la creciente fragilidad de las lealtades partidistas. Las escisiones de la clase política y la creación de nuevos partidos también han fomentado la volatilidad. Por ello, la ausencia de Martha Érika Alonso en la boleta electoral de Puebla presagiaba que difícilmente se repetiría el patrón de los comicios de gobernador de 2018. Era la candidata del partido y del grupo en el poder.

Cuando analizamos el cambio electoral, el año que se usa de punto de comparación es crucial. Si comparamos contra la votación de AMLO en 2018, naturalmente que veremos una tendencia a la baja para el partido gobernante y sus aliados. Si comparamos contra una elección similar observaremos una dinámica diferente. Así, en Puebla, Barbosa obtuvo 10 puntos porcentuales más que el año anterior y 36 puntos más que el candidato a gobernador de Morena en 2016 (¿alguien recuerda el nombre de Abraham Quiroz?). Y, si el punto de comparación es el voto para diputados en 2018, lo que observaremos es una tendencia estable en el apoyo para Morena. La narrativa que queremos contar depende de la base de la que partimos. Además, la narrativa electoral depende del partido del que hablamos. Se ha escrito mucho sobre el triunfo de Enrique Cárdenas en la capital poblana y cómo eso significa un rechazo hacia Morena. Efectivamente, Cárdenas obtuvo más votos que Martha Érika Alonso (15 puntos más) pero Miguel Barbosa recibió prácticamente el mismo porcentaje de votos en ambos comicios (39% en 2018 y 37% un año después). El crecimiento de Cárdenas fue a expensas del tricolor principalmente.

La importancia de los candidatos explica el rechazo de la oposición a permitir que AMLO aparezca en la boleta de 2021. El desempeño presidencial siempre influye en los comicios intermedios, pero la figura de revocación de mandato acentuaría esta tendencia, a grado tal que opacaría la elección legislativa. Naturalmente que la revocación de mandato es un arma de dos filos: si el mandatario es popular fortalece el desempeño del partido en el poder pero, si no lo es, lo mejor es mantenerlo alejado del proceso electoral. El PRI y Peña Nieto pueden dar testimonio de ello.

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