Dos mediciones publicadas la semana pasada demuestran que, a pesar del desempeño económico, la inderrotable inseguridad y la calidad de los servicios públicos, la gente mantiene un enorme optimismo sobre sus vidas y sobre el desempeño del gobierno. El bienestar autorreportado, como es sabido, nos hace ver a un mexicano promedio tremendamente satisfecho con su vida, sus relaciones personales, su tiempo libre y su proyecto de vida. Esta muy favorable disposición colectiva es previa al decreto oficial de la muerte del neoliberalismo. De hecho, la comparación anual prácticamente no varía. Somos inasequibles al desaliento y nuestra capacidad de hablar de nosotros mismos es perturbadoramente positiva. Como ocurre también con el debate de la situación y la posición de clase, en el que muchos mexicanos de rentas bajas se autoconsideran clase media y se sienten satisfechos de ubicarse en ese segmento. ¿Quiénes somos nosotros para decirles que sus ingresos no les permiten ubicarse en ese tramo? Y para no meterme en honduras, elijo el poco polémico campo del tiempo libre. Somos uno de los países con menos vacaciones de la OCDE y, sin embargo, ¡la gente se declara satisfecha con el tiempo de descanso que tiene! Ironías y sarcasmos fuera. Si la gente está satisfecha, “bendito sea Dios”.

Lo que sí ha cambiado drásticamente es la percepción gubernamental que, como acredita la encuesta de nuestro periódico, se está acercando al 70% con variaciones en la intensidad. Hay un 30% de apoyo entusiasta al Presidente, pero lo más importante, es que siete de cada 10 mexicanos, según la encuesta de Jorge Buendía, mantienen un optimismo sobre el futuro. Es una cifra asombrosamente alta que contrasta con el conjunto de diagnósticos y elementos que han compartido especialistas y distintas organizaciones; la última de ellas, el informe trimestral del Banco Central que vuelve a reducir la perspectiva de crecimiento para este año.

El desempeño económico y los resultados en materia de seguridad claramente demuestran que, en su arranque, el gobierno no ha sido exitoso. Tampoco ha resultado cierto el teorema mil veces repetido de que con el combate a la corrupción y austeridad habría recursos para atender con comodidad los compromisos del gobierno; resulta que no hay dinero ni para medicinas, en algunos casos. A pesar de todo, la gente sigue comprando el argumento gubernamental de que las cosas están entre bien y “requetebién”. Se debe reconocer que la conexión entre el pueblo y el Presidente tiene un importante blindaje que se alimenta todos los días con una omnipresencia presidencial y la reiteración de un discurso autoexculpatorio y motivacional. Hay que recordar, de acuerdo con Hirschman, que los parámetros para la evaluación del desempeño de los gobiernos varían según la circunstancia de cada país y hoy por hoy, es evidente que el primer mandatario tiene razón: a pesar de las críticas que ha recibido, el estancamiento económico y el mediocre desempeño en materia de seguridad, el pueblo sigue confiando en que las cosas cambiarán, lo cual es muy positivo y además la gente está muy satisfecha con sus vidas. No se si haya más resiliencia que sabiduría, pero es mucho mejor tener esperanza que una perene sensación de derrota.

PD. A mi juicio, el Presidente no debe eludir, en este mes de septiembre, su compromiso de hablar ante el parlamento de la humanidad. México es un país que ha cultivado, de manera brillante, el multilateralismo y somos país fundador de la ONU.


Analista político. @leonardocurzio

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