Algo curioso sucedió en las redes sociales el miércoles pasado, minutos después de que concluyera el partido de la Selección Mexicana contra Panamá. Esperaba leer reacciones sobre la relevancia de la victoria, crucial en las aspiraciones del equipo mexicano rumbo al próximo Mundial. O, quizá, críticas al bajo rendimiento de la Selección, que hace tiempo siembra dudas, aunque gane. Todo eso habría sido normal y justo. Lo que vimos, en cambio, fue una demostración de un fenómeno muy nuestro.

Al terminar el partido repasé una larga letanía de mensajes en Twitter, muchos de aficionados, algunos de expertos y otros de colegas periodistas. Encontré una indignación estridente porque el árbitro se había atrevido a conceder el penalti con el que México al final se impuso en el marcador. Leí opiniones acusando una conspiración para favorecer al equipo mexicano. Varios decían que la Selección solo había ganado por un escándalo, por un acto injusto de corrupción. No importó que videos mostraran con claridad que la falta contra Lainez era un penalti. Durante un buen tiempo después del partido, lo único que parecía interesarle a la indignada afición era el supuesto robo… ¡que favorecía a nuestro equipo!

La reacción me parece reveladora.

“México es, en serio, el único país del mundo donde la gente se enoja por una marcación dudosa a favor de su equipo”, escribió al poco tiempo el periodista Martín Del Palacio. “Así de tóxicos somos”. Del Palacio tiene razón. Es difícil imaginar otra afición que reaccione con semejante cólera a una decisión arbitral polémica (aunque en este caso, insisto, no es tan polémica: el penalti es claro) que beneficia al equipo nacional en un partido importante. Es como si anheláramos, desde algún rincón oscuro, nuestro propio fracaso.

Y no se trata de justificar la mediocridad del equipo en esta fase de la eliminatoria. Es evidente que, aunque siga sacando puntos (que no es poca cosa, tampoco), a la Selección del 2022 le hacen falta muchas cosas. Pero criticar no es lo mismo que “reventar”, ese término futbolero que equivale a provocar por el gusto de provocar. Fastidiar por fastidiar, pase lo que pase. Y es que se pueden señalar los defectos del entrenador o los jugadores sin desear íntimamente su fracaso. Criticar es sano. Reventar es de un masoquismo preocupante. La crítica construye; lo otro destruye.

¿De dónde nos viene esta pulsión, que Martín Del Palacio califica de tóxica? Sospecho que tiene un origen similar a la actitud autolesiva de los aficionados que van al estadio a gritar estupideces homofóbicas sabiendo que el desplante puede costarle un castigo al equipo. ¿Qué le pasa por la cabeza a alguien que, aun conociendo las consecuencias, se carcajea y suelta ese grito odioso? Quizá lo que le anima es ese masoquismo, esas ganas de que le vaya mal al equipo.

Es una pena, porque el equipo mexicano importa. Más allá de filias o fobias deportivas, es ocioso negar la relevancia social del futbol y de la Selección mexicana. No implica romanticismo alguno decir que el equipo representa al país en un deporte que entusiasma y alegra a millones, en México y en ese otro México que está en Estados Unidos, donde el equipo mexicano es un vínculo real a la patria original. Eso parece tenerle sin cuidado a los reventadores masoquistas. ¿Qué importa que faltar al Mundial le robaría alegría a tanta gente (incluyendo la niñez mexicana, que no necesita más amarguras)? Lo que importa es sacar la frustración, odiarnos un poco, desearnos dolor. Maldito árbitro, ¿cómo se atreve a quitarnos la oportunidad de sufrir?

Triste asunto. Merece una reflexión. 

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