Les tocaron la puerta para decirles que su hijo acababa de ser acuchillado. Era la una de la mañana del 8 de agosto de 2020. Arturo, de 31 años, había ido a un puesto de la avenida Fray Servando a comprar una hamburguesa.

Unos vecinos lo vieron trastabillar y desvanecerse en medio de un salpicadero de sangre, a las puertas de la unidad habitacional donde viven sus padres. Alguien le avisó a uno de sus hermanos que Arturo estaba grave. Se lo llevaron en un auto particular al Hospital de Balbuena. No volvieron a verlo consciente.

En la banqueta del Hospital Balbuena solo existen malas noches. Frente a la entrada de Urgencias decenas de personas esperan y fuman y resisten. Casi todas las noches se escucha el llanto de familiares inconsolables. La entrada de Balbuena es uno de los peores lugares que hay en la ciudad.

Los padres de Arturo y sus dos hermanos llegaron esa madrugada a aquel lugar asaltado continuamente por el atroz aullido de las ambulancias. Arturo había perdido mucha sangre y en el hospital no había. Ellos ofrecieron la suya, pero les dijeron que no estaba permitido debido a la pandemia. Don Edgar, el padre del herido, ofreció comprar, conseguir, para darle a su hijo la oportunidad de seguir viviendo. “Si no pueden dar la atención, déjenme llevármelo”, les dijo a los médicos.

Le respondieron que eso pondría en mayor riesgo la vida del paciente, y que la sangre ya la estaban consiguiendo. Fueron tres días que pasaron como un mal sueño. Un médico les informó que una arteria estaba tan atrofiada por el tajazo que Arturo había recibido en el brazo, que iba a ser necesario amputárselo.

“Pero no fue suficiente”, relata don Edgar. Los médicos llamaron a los padres de Arturo. El de mayor jerarquía les dijo que, según su experiencia, el caso no iba a acabar bien y que lo mejor era que entraran a despedirse de su hijo.

Don Edgar acercó los labios al oído de Arturo y le prometió que iba a buscar que se hiciera justicia.

El fallecimiento ocurrió la mañana del 11 de agosto.

En la fiscalía de Venustiano Carranza, en donde se abrió la carpeta CI-FIVC/VC3/UI-1S/D/00939/08-2020 (el responsable de la agencia es José de Jesús Mendoza Pérez) tardaron 20 horas en darle a la familia la documentación necesaria para que les entregaran el cuerpo. Estaba mal el papeleo y además se habían olvidado de que debían entregar también el brazo.

—¿Cuál brazo?

—Le amputaron a mi hijo el brazo. Ustedes deben saberlo.

El cuerpo llegó al velatorio pasadas las 5 de la mañana del día 12 de agosto.

La familia lleva más de 60 años viviendo en el rumbo. La noche en que todo ocurrió, vecinos de esta siguieron el rastro de sangre que Arturo había dejado y llegaron al puesto de hamburguesas ubicado a dos cuadras. Los despachadores se habían ido y acababa de llegar el propietario. Dijo que le habían avisado que su negocio estaba solo.

En esa zona se agrupan puestos de tacos, de tortas, de comida. Un hombre que atendía uno de estos les dijo que había visto a Arturo pagar, que había oído voces y luego un grito, y que al voltear vio al encargado del puesto de hamburguesas con el cuchillo en la mano.

Arturo intentó protegerse del ataque con el brazo. Obtuvo una herida profunda que corrió entre el hombro y el antebrazo. Herido, intentó dirigirse a la casa de su familia, pero no alcanzó a llegar.

Según su padre, el testigo vio que llegaba una patrulla y que hablaba con el encargado del puesto, así como con su hermano.

os dos hermanos se fueron y la patrulla también.

“Los dejó que se fueran y se fue también”, relata don Edgar.

El dueño del puesto aseguró que desconocía el nombre completo de su empleado, así como su dirección.

Un video obtenido por la policía de investigación registra el instante del ataque.

Pasó más de un mes y los familiares no tuvieron acceso a la carpeta de investigación. Fueron levantando sus propios informes entre los vecinos y los encargados de los puestos. De ese modo obtuvieron un nombre.

Los hermanos de Arturo peinaron las redes sociales hasta que dieron con un perfil. Era el del hermano del agresor. En la cuenta había varias fotos. Aparecía ahí, repetidas veces, el asesino de su hermano.

Vecinos y comerciantes confirmaron que se trataba de él.

Siguieron jalando el hilo y en poco tiempo entregaron a la fiscalía la información que habían reunido —un domicilio, incluso un acta de nacimiento.

—No se puede hacer nada hasta que se judicialice la carpeta. Estas cosas tardan muchos meses —les respondió el policía de investigación encargado del caso.

Don Edgar contactó a la jefa de Gobierno en una de sus audiencias públicas. Consiguió que el fiscal lo recibiera y se pusiera al tanto de lo que había ocurrido.

Sigue esperando que se cumpla la promesa que le hizo en el hospital a su hijo.

—¿Qué tengo que hacer para que pueda haber justicia? —pregunta.

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