El viernes pasado decía el Presidente —adelantando el guion de lo que será su informe— que, a pesar de todas las evidencias, la economía va bien. Que la política social va “requetebién” y que los grupos más vulnerables de la sociedad están recibiendo apoyos por parte de su gobierno. Y completaba el cuadro diciendo, con un punto de amargura, que en donde no parecen registrarse demasiados cambios es en el ámbito de la seguridad. No profundizo, en esta entrega, en el tema de la economía. Simplemente constato que ya ha empezado a deslizarse, en la narrativa gubernamental, el tema de la recesión global; algo así como “curarse en salud” pues, sin negar el potencial recesivo, un vistazo a la tabla de economías globales deja claro que, salvo Turquía, Rusia y por supuesto las grandes naciones de América del Sur, el resto de las economías asiáticas, europeas y norteamericanas tienen mejor desempeño que México. Por tanto, nuestra actual situación se debe, en gran medida, a las decisiones tomadas por el propio gobierno. El despliegue de la política social es todavía incierto, pero me quedo con el punto de optimismo del mandatario y auspicio que un apoyo a los más débiles nos dé un México más justo, lo que millones de ciudadanos esperamos.

En materia de seguridad no sorprende que los resultados sean pobres. El diagnóstico del que partió este gobierno era una formulación ideológica que asociaba la delincuencia a la situación económica provocada —decían ellos— por el neoliberalismo. A pesar de la enorme evidencia disponible de que entidades con un muy amplio crecimiento económico, como Baja California, Chihuahua y Nuevo León, tenían niveles de homicidios mucho más elevados que las empobrecidas entidades del sur, el argumento se repetía como si fuese una verdad revelada. Otro punto del cual se partía, es la equívoca disposición de la administración Calderón de enfrentar con más vigor al crimen organizado y establecer una crítica simplona a la idea de guerra y a su corolario de “no más sangre”. En la formulación gubernamental quedó de lado una amplia franja de la población, como lo sugiere el Presidente en algunos de sus discursos, que tiene un vínculo orgánico y funcional con la economía criminal. El discurso antigubernamental que tanto arraigo tiene en nuestro país, hoy se vuelve un discurso anti-Estado de derecho cuando los gobiernos de izquierda dominan el país y buena parte de las entidades federativas. La venta de productos robados es insolente, las facilidades con las que la extorsión avanza demuestran que las organizaciones criminales han logrado reproducirse como aparatos administrativos capaces, en cuestión de semanas, de moverse de una actividad a la otra. Si le cierras el huachicol se mueven a la extorsión y si les aprietas la extorsión vuelven a los cargamentos de drogas. Lo que el gobierno no ha aquilatado apropiadamente, es que el poder de las organizaciones criminales es descomunal y que al igual que en su momento se hablaba de acotar poderes fácticos y por supuesto, poner límites al poder económico, las organizaciones criminales en México son tan o más poderosas que las organizaciones criminales italianas, rusas o colombianas. Ninguno de esos países consiguió reducir el impacto de sus grupos sin una amplia participación de la sociedad civil, rechazando la forma de vida criminal. Pero en este país, según una encuesta que Francisco Abundis publicó (Milenio, 16/08/19), un grupo importante de mexicanos considera al Chapo Guzmán una especie de héroe popular (39% está en desacuerdo en que el narcotraficante pase el resto de su vida en la cárcel). Y esa equívoca narrativa fomenta el que, en amplios sectores, se mantenga la idea de que los buenos son los que luchan contra el gobierno, como si el de López Obrador fuera un régimen colonial o invasor. Esa cultura elemental de rebeldes primitivos tiene repercusiones enormes en el arraigo que la delincuencia consigue y que, además, combina con un discurso de violencia y terror que impide a las comunidades rebelarse contra quienes las aterran. No hay un Estado capaz de cambiar la correlación de fuerzas en la base y ese sigue siendo, por más vueltas que le den, el más grave problema del país. Sin gobiernos locales que funcionen, no hay manera de avanzar sustantivamente en el tema de seguridad, aunque el Presidente se levante a las 3:00 de la mañana a revisarlo personalmente.


Analista político. @leonardocurzio

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