"… tres son las razones que avalan mi afirmación de que la austeridad es una idea peligrosa: que no funciona en la práctica; que su fundamento descansa en la pretensión de que los pobres acaben pagando los errores de los ricos; y que se necesita como condición la ausencia del largo brazo de la falacia de composición, una falacia cuya presencia resulta más que patente en el mundo moderno” (Mark Blyth, 2014, Austeridad. Historia de una idea peligrosa, Crítica, Barcelona, p. 45).

En la trascendente obra de George Orwell (Eric Blair era el verdadero nombre), 1984, el autor acuña un término de complicada traducción: Crimestop, que habrá de entenderse como estupidez protectora, según propone Barbara W. Tuchman1. Es la capacidad del gobernante para proteger a los gobernados de la peligrosa tentación de pensar; después que buena parte de los gobiernos de los países desarrollados salvaron a la banca de los perniciosos efectos de la Gran Recesión, desde 2008, ese uso de recursos fiscales y, muy especialmente, de deuda, propició que, donde debiera trazarse el camino a la recuperación de crecimiento, inversión, empleo y salarios, se colocara la exigente voz de alarma: ¡Austeridad!

El término disfruta de una notable ambigüedad, por cuanto puede aludir a lo no ostentoso, a lo sobrio, a lo apegado a la moral, a… lo correcto. En el cambio de rumbo que impuso el neoliberalismo, la austeridad ha significado: menor tamaño, presencia y facultades del Estado, intensificación de la precarización del trabajo, profundización de la desigualdad en todas sus dimensiones, evaporación –donde lo había- del Estado de Bienestar, pérdida de sentido de la noción de progreso (los hijos ya no vivirán mejor que los padres) y mayor dolor proveniente de la incertidumbre, de la ignorancia sobre el porvenir.

El Crimestop ha llevado, también, a confusiones notables en el ámbito de la democracia, al grado de establecer como condición para su vigencia y normalidad, por ejemplo en la Unión Europea, la autonomía de los Bancos Centrales. A la hora de exigir la rendición de cuentas de todos y de todo, aparece la magia del n – 1, estableciendo que no todos. La estupidez protectora, en este caso, nos conduce a suponer que las bancas centrales son autónomas del capital financiero internacional y, lo que es más importante, de sus intereses, cuando en realidad de lo que han escapado es de cualquier control democrático para combatir con la política monetaria a la madre de todas las inestabilidades, la inflación. De paso, la estupidez protectora nos ofrece, así, una definición única, monetarista, del crecimiento de los precios, desdeñando –muy probablemente por ignorancia- la inflación que tiene raíces estructurales, fundadas en la inelasticidad o inelasticidades de la oferta, en el no desarrollo.

En el ánimo de sumar voluntades, el próximo presidente de México ha anunciado una suerte de paraíso terrenal que nos será obsequiado por… la austeridad. No habrá reforma fiscal, la autonomía del Banco de México está garantizada, no crecerán las deudas interna y externa, el empleo, los salarios, la inversión pública, las transferencias por exceso y, también, por falta de edad, todo crecerá bíblicamente y será financiado por la erradicación de la corrupción y de los corruptos, en todo el territorio nacional, y por la reducción de los ingresos de los servidores públicos más caros, comenzando por el del propio presidente. Si las cuentas no cuadran, será otro asunto. O no tuvimos suficientes corruptos o no robaron lo suficiente para, puesto en las manos correctas, lograr el financiamiento del programa, o la reducción de los ingresos de la alta burocracia se quedó corta. Aquí, tampoco, la estupidez protectora debe abusar de los gobernados.

En una sociedad llena de necesidades, ¿un programa austero, apegado a la agenda neoliberal, es una solución plausible para cerrar la llamadas brechas (desigualdades) diversas? Evidentemente, no. Una parte considerable de valedores y valedoras del gobierno por venir, pregunta con visible hostilidad ¿por qué no se le exigió un programa con aliento progresista a los gobiernos previos y ahora sí a Andrés Manuel? Mi respuesta es muy sencilla: Pertenezco a una generación que, precisamente por estos días, cumplirá medio siglo de luchar y esperar por un gobierno y un programa de izquierda, promotor de un país más democrático, menos pobre, menos desigual, mejor servido por un gobierno con solvencia fiscal, intolerante con la corrupción y la indigencia, regulado con firmeza en los ámbitos más propensos a la especulación y la inestabilidad, como el financiero. Me parece redundante la discusión respecto a si MORENA y el Licenciado López Obrador son de izquierda; por supuesto que lo son sin alcanzar, como no puede alcanzarlo ningún grupo humano, la condición de monedita de oro y con independencia de caernos bien a todos (con el permiso de Don Refugio Sánchez). El problema, verdaderamente serio, es que el programa de gobierno y la política anunciada, no son de izquierda. La ruina global de la Socialdemocracia, al menos en una parte muy significativa, se explica porque no presentaron ni desarrollaron programas socialdemócratas y le engordaron el caldo al neoliberalismo; Rodríguez Zapatero, en España, fue un caso emblemático, pero se encuentra muy lejos de ser el único.

Nos podríamos esperanzar con la eventual sorpresa que inventó el presidente Franklin D. Roosevelt, de realizar una campaña exaltadora de la disciplina fiscal e incurrir en un déficit monumental para financiar las obras e instituciones del New Deal. Es una cosa que puede pasar si alguien le recuerda al inminente gobernante mexicano el cuerpo de razones por las que la austeridad… mata.2 Si se nos va a proporcionar un manto protector, mejor que no sea un Crimestop nacionalizado.

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