Si Ernesto Zedillo hizo de Carlos Salinas de Gortari “el villano favorito” de los mexicanos, hoy el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene en el expresidente Felipe Calderón a su “villano favorito”. Con los instrumentos del poder, desde la Presidencia de la República, el actual mandatario ha convertido a su antecesor —al que culpa de haberle  “robado la Presidencia” en 2006— en el catalizador de todos los males y todas las culpas, al tiempo que intenta borrar cualquier legado del sexenio calderonista.

Es la reedición de un viejo pleito, pero ahora agravado también por la imprudencia y el nulo tacto político del expresidente Calderón que, no conforme con haber tenido su sexenio y haber dejado al país convulsionado por la violencia tras su fallida guerra, y de haber luego intentado hacer presidenta a su esposa Margarita Zavala, hoy pretende crear un nuevo partido político y un nuevo movimiento que se le oponga al lopezobradorismo. ¿Tiene derecho a hacerlo? Sí, pero políticamente es como si el exmandatario agitara un capote rojo cuando tiene enfrente a un toro de Miura de la política.

Eso explica no sólo el último episodio de esta confrontación abierta y cada vez más virulenta entre el presidente en funciones y el expresidente de México. Las alusiones a un intento de “golpe de Estado” que el fin de semana hiciera López Obrador, fueron la respuesta al discurso fuerte y crítico de un ex jefe castrense retirado que fue cercano al gobierno de Felipe Calderón, el general divisionario Carlos Gaytán Ochoa, cuyos comentarios molestaron y le parecieron “imprudentes” al jefe del Ejecutivo que ayer aclaró, tras azuzar el tema golpista en las redes sociales presidenciales, “que no hay condiciones para un golpe de Estado en el país”.

También el embate contra las “granjas de bots” y la supuesta #prensasicaria que según el presidente “atacan a su gobierno”, se inscriben en esa animadversión creciente hacia todo lo que huela a Calderón. Pero esta vez el presidente escaló el pleito al señalar desde Palacio Nacional al hijo, Luis Calderón Zavala, y atribuirle acciones casi conspiracionistas desde las redes sociales, junto con otros personajes del panismo y del peñismo como el exsecretario de Educación Aurelio Nuño y el coordinador de los diputados del PAN, Juan Carlos Romero Hicks. El presidente confunde y se confunde él mismo —aunque lo haga con toda la intención— al equiparar a la crítica y ejercicio informativo de la prensa hacia su gobierno con sus odios y rencillas políticas.

Alguna vez durante su campaña presidencial de 2018 al candidato López Obrador se le escuchó decir, en corto a sus colaboradores, que si llegaba a la Presidencia se iba a encargar “de que no quede piedra sobre piedra de lo que fue el gobierno de Calderón”. Y hoy, parece claro que ya como presidente Andrés Manuel está decidido a borrar todo vestigio del paso del calderonismo por el poder, empezando por atizar y azuzar contra la imagen pública del ex mandatario, al que claramente ubica como líder de los “conservadores hipócritas y doble cara”.

Y detrás de varias decisiones y políticas de su gobierno se ve esa intención de extinguir al calderonismo; lo mismo en invitar a su gobierno a expanistas como Germán Martínez o Manuel Espino, que se pelearon con Calderón, como al desaparecer las estancias infantiles, idea impulsada por la exprimera dama Margarita Zavala, hasta en la desaparición de la Policía Federal, apoyada en con todo por Felipe Calderón, y en la más clara y directa declaración para satanizar y borrar al calderonismo: la estrategia de seguridad federal que declara “terminada la Guerra contra el Narco” y afirma que “ya no hay guerra” y que fue un error “combatir el fuego con el fuego”.

Así que no hay duda de que Felipe es el nuevo “villano favorito” para Andrés Manuel, tanto, que ya incluso enterró y jubiló de esa posición a Carlos Salinas de Gortari, con un epitafio brutal: “Fue el padre de la desigualdad moderna”. El pecado original de Calderón fue el fraude electoral del 2006 y que durante su sexenio se dedicó a proscribir a López Obrador; y su nuevo pecado es pretender ahora atravesársele al presidente con un nuevo partido y pretender ejercer un liderazgo opositor que desde Palacio no parecen dispuestos a concederle.

NOTAS INDISCRETAS…A propósito de los obuses disparados desde Palacio, con una muy dudosa investigación de las redes sociales, ni Juan Carlos Romero Hicks, el diputado panista, ni Aurelio Nuño, extitular de la SEP quisieron entrarle a  un pleito que saben no es suyo y en el que, extrañamente, los metieron los asesores del presidente.  Por eso ambos políticos, uno vigente en San Lázaro y el otro dedicado a asuntos académicos, quisieron meterse al debate de una acusación que consideraron “sin pies ni cabeza” y se limitaron a deslindarse en las redes sociales de la acusación presidencial…

Hablando de desastres, quien no parece tampoco encontrar una salida a su desliz “confidencial” que se hizo público o por su ingenuidad o porque sus amigos de Baja California le jugaron una mala pasada, es doña Olga Sánchez Cordero. Pretender explicar lo que todo México escuchó y no necesita mayor explicación o justificar que no estaba hablando en público sino en privado,  solo ha enredado más las cosas para la Secretaria de Gobernación que bien haría en mejor aceptar que dijo lo que dijo y que lo cree firmemente, en lugar de seguirse moviendo en arenas movedizas en las que sólo se hunde cada vez que intenta una nueva explicación. A doña Olga le pasó con sus comentarios sobre Baja California y la gubernatura de Jaime Bonilla, lo que al presidente López Obrador y a su secretario Alfonso Durazo cuando quisieron “explicar” la vergüenza y la humillación que fue el operativo fallido de Culiacán… Los dados mandan Serpiente doble. Caída libre.

 

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