Debemos aceptar que vivimos un cambio de régimen, sí, pero quizá removiendo las falacias históricas logremos comprender primero por qué fue que lo cambiamos, en primer lugar, y hacia dónde nos llevará el cambio.

Dejando de lado la historia de bronce que el nuevo régimen insiste, con su derecho, a mantener como estandarte y faro ideológico, habrá que adentrarnos en lo más inmediato, en los hechos que llevaron a una sociedad a rebelarse por la vía del voto libre y legítimo a “expulsar” a su clase política y “renovarla”.

Partamos, primero, de un cambio global impulsado por la cólera de sociedades que han visto a la mayor parte de sus individuos frustrados ante un mundo más competitivo y salvaje que excluye, casi siempre marginando en la pobreza, a los que no considera suficientemente aptos.

Y es que, los “cambios de régimen” que vivimos hoy día no son privativos de México, ni siquiera nacieron aquí, desde la Primavera Árabe hasta el Brexit hay una constante: gobiernos no siempre ineficientes pero nada empáticos y el reclamo de un sector casi siempre en la base de la pirámide económica que reclama cuestiones extremadamente básicas y que van desde un sistema de transporte eficiente hasta el derecho de la libre expresión y la democracia.

México compró perfectamente la cólera por el discurso contra la corrupción. Si el gobierno de Calderón había resultado un fracaso en seguridad, el de Peña Nieto era el mismo fracaso, pero ahora apestado de corrupción en todos sus niveles... Cosa curiosa que ni la inseguridad ni la corrupción nacieron ni con Calderón ni con Peña Nieto sino que fueron fenómenos que avanzaron poco a poco hasta desbordar el vaso que terminó inundando de rabia a la sociedad.

Andrés Manuel López Obrador no ganó ni por sus propuestas ni por sus ideas ni por sus valores más que por su discurso de división, fue un pupilo bárbaro de Erdogan, Le Pen o Trump pero con una diferencia fundamental: “El lado correcto de la historia” aterrizó en la división de “ellos”, no como una raza sino como enemigos políticos de los cuales se proscribió pertenecer, contra “nosotros”, todos los que queremos un cambio y no queremos corrupción.

El maniqueísmo del nuevo régimen es extremadamente peligroso para la construcción de valores democráticos, el discurso de “ellos” como todo lo alienado, extraño a la Cuarta Transformación los excluye: hay un “pueblo” (bueno y sabio) y un “no pueblo” (los corruptos, los adversarios, los que no quieren el cambio, los que no son por no creer y decidir no pertenecer).

Como en cualquier melodrama, el “pueblo bueno” triunfará sobre el “no pueblo” ya sea por conversión o aniquilación de la palestra.

Se llama oclocracia y es la primera regresión de la democracia al autoritarismo.

De Colofón.— Llevamos dos regresiones graves que están en curso durante la 4T: La ley Bonilla y el caso Winckler… las otras cosas han sido bandazos de un berrinche para dejar claro que esto es un “cambio de régimen”.

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