Un halo de misterio vivía con ella y la representó siempre como una luz insoslayable que, incluso, irrumpía en el párpado; lo que hay después es solo un cuarto blanco que ella ha de llenar de bruma; era testaruda, a menudo irreverente, pero también una mujer frágil que aprendió a vivir con sus propios demonios y los de su familia. Clarice Lispector (1920-1977) fue el felino negro que baja a medianoche del tejado para fundirse en la oscuridad.

Considerada como una escritora intelectual, adelantada a su tiempo y una de las más importantes de su época, difícilmente clasificable y creadora de una vasta obra en la que destaca principalmente el relato, Clarice Lispector se convirtió en una mujer de un carácter férreo e insondable. Mediada por la incertidumbre, la culpa y la desolación, aprendió a vivir a temprana edad con la pesadez de una muerte: la de su madre.

Durante la Primera Guerra Mundial, en medio del bullicio, la madre de Lispector fue violada y, a través de este deplorable evento, contrajo sífilis. Una infección que en el este de Europa creían que podía curarse por medio de un embarazo. Aunque Clarice comprendió años más tarde que tal cavilación era una mentira, nunca pudo dejar de lado que ella era el producto de ese retorcido juicio.

Aprendió, sin embargo, a vivir con la verdad; aunque el sentimiento de culpa cambió el resto de sus días, y le dio un giro descomunal a su capacidad creativa. No solo se vio obligada a vivir con la historia de su madre hasta el día de su muerte, también cargó con el exilio de su padre y el asesinato de su abuelo; Lispector vivía en medio de la desgracia, pero nunca actuó como víctima. Flotaba como una hoja en medio del mar, un mar constituido por guerras, muertes, mudanzas repentinas; asediada siempre por la muerte, el desprecio y la tiranía de Europa. Y aunque se sentía indefensa, fue protegida siempre por su padre. Se mantenía —físicamente— inmutable al desastre que ondeaba como una llamarada alrededor de ella, pero en su silencio comenzaban a gestarse las historias de la gran leyenda brasileña.

Clarice Lispector, la escritora que vivió al borde del abismo
Clarice Lispector, la escritora que vivió al borde del abismo

Convertirse en escritora fue una apropiación indebida de su cuerpo al alma. La imperiosa idea de tener una familia normal, ser madre y tener un esposo al cual amar, la traicionó a muy temprana edad. Para entonces, Lispector escribía columnas de opinión, moda y cocina, como lo podría hacer cualquier otra persona, pero dentro de ella un estilo inusitado, que traicionaba el futuro que quería para ella, comenzaba a desarrollarse.

De pronto, entendió que ser escritora no era una obligación, sino una necesidad que tejía sus adentros. Entre poesía y prosa, mezcladas y hechas una unidad indivisible, Lispector escribió sus obras más notables que la consagraron como la gran escritora brasileña de la segunda mitad del siglo XX.

Su primera historia conocida, “El triunfo”, fue publicada en 1940, no obstante, su ingenio y carrera se ven severamente debilitados luego de la muerte de su padre en 1943. Antes de cumplir 20 años, Clarice ya era huérfana. En 1944, su primera producción literaria es publicada bajo el título de “Cerca del corazón salvaje”. Tan solo un año más tarde, Lispector obtendría el premio Graca Aranha que otorga la Academia Brasileña de Leras como “mejor novela”.

Las mujeres escribían sobre la vida de las mujeres: las actividades domésticas, el oficio de ser madre, el mantenimiento de la casa o el arduo trabajo que significaba criar a un hijo; todos era tópicos que, sin lugar a dudas, se habían escrito con anterioridad, pero que nadie había logrado representar como lo hizo Lispector.

La búsqueda imperiosa de la razón humana, la primera persona puesta en escena en sus relatos, a menudo comparados con su visión y forma de entender la vida, la situaron siempre en un contexto adelantado al mundo que la rodeaba.

Su capacidad lingüística era equiparable al de los grandes escritores del siglo XVIII. En su escritura, poblada de una inestabilidad gramatical, la lectura se convertía en un acto difícil de ejecutar, un campo de batalla de donde no se podía salir ileso. Las categorías gramaticales fueron llevadas a otro tiempo, y su inescrutable imaginación engendraba un nuevo universo. Tal era el caso que, leer con rapidez, impedía comprender lo que a su modo inusual quería representar.

En 1963 publicó su obra maestra, “La pasión según G.H.” que relata la experiencia de una mujer que decide ordenar el cuarto de su criada. Al entrar, G.H. se siente rechazada por la habitación y la pesadumbre la asalta. En una de las paredes, la criada plasma una imagen que representa a la protagonista. Al sentirse observada, G.H. abre la puerta del armario y ve a una cucaracha. La repulsión le viene de golpe, pero pronto pasará a aterrarla, cuando vea que la cucaracha se convertirá en un axolotl.

Más tarde descubrirá que el origen de la repugnancia proviene de la vergüenza de su propio origen. Ese no era el orden que buscaba. Comprende que solo podemos percibir lo que se parece a nosotros mismos. Pese a las dudas que entierran a G.H., las respuestas se irán dando por sí mismas con un desaire violento, una tristeza insondable y una crisis existencial difícil de dominar. Empero, la novela parece demostrar que la felicidad puede ser tangible, proclive al esfuerzo y al amor. Mientras el problema central de las grandes obras se ha dado en Troya, en un sótano donde el todo cabe o en medio de la locura de un caballero armado, la obra maestra de Lispector surge, inesperadamente, en el cuarto de una criada. La pasión, según G.H., sería la vida misma.

En 1967, la escritora brasileña es hospitalizada a causa de un incendio que la dejó gravemente herida, un acontecimiento propiciado por ella misma, al dejar un cigarrillo sobre la cama. Sin embargo, no es el fin de su carrera: Lispector descubre las inmensas profundidades del relato y se funde en ellas. Años después, sus publicaciones seguirán atadas a los galardones, a la buena crítica, incluso al cine, como lo hizo su última novela “La hora de la estrella” (1977).

Clarice Lispector murió de cáncer, en Río de Janeiro, poco antes de cumplir 57 años de edad. Convertida no solo en escritora, sino en un idioma, es difícil hablar del portugués sin conocer a Lispector, como sería igualmente raro hablar de español sin conocer a Cervantes o de inglés sin saber de Shakespeare.

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